Un desconocido familiar - Portada del libro

Un desconocido familiar

Calista Rosch

Yo cuidaré de ti

La iluminación del restaurante Di-Vine era tenue, el aire estaba impregnado de la comida que se ofrecía y sonaba música ambiental de fondo.

Pero incluso en este ambiente tranquilo, Ceylan Aslan no podía relajarse.

Admiró a un grupo de jóvenes treintañeras junto a su mesa que no dejaban de reírse.

Si no hubiera permitido que Savannah le concertara esta cita, se sentiría como esas chicas. Tal vez debería cancelarla, todo esto era una locura.

Ceylan sacó su teléfono y miró la hora por millonésima vez: las 20:39. Sólo quedaban veintiún minutos para que llegara.

Llevaba allí sentada más de treinta minutos pero Savannah no había aparecido. Esto era definitivamente una señal. Este plan no era una buena idea.

Pero al poco, Savannah apareció por la puerta principal.

—Siento llegar tarde, la reunión del consejo se eternizó. —dijo Savannah mientras se sentaba en la silla libre. Al ser la única heredera de la fortuna familiar, Savannah había asumido todas las responsabilidades importantes. Ceylan tenía suerte de que, en su caso, fueran dos. Ella era la directora financiera y su hermano, Baris, era el director general de la empresa.

—¿No crees que esto es una señal? —Ceylan intentó convencer a la rubia.

—No voy a dejar que te rajes —dijo Savannah, deslizando un ticket sobre la mesa hacia Ceylan.

—¡Guarda eso! —susurró Ceylan mientras cogía rápidamente el papel. Enseguida lo metió en el bolso. Miró a las personas sentadas en las mesas contiguas para asegurarse de que nadie la viera.

Suspiró aliviada al ver que nadie le prestaba atención o, de lo contrario, al día siguiente se despertaría con su nombre en todas las revistas de Los Ángeles. Probablemente con el titular «Ceylan Aslan, hija del multimillonario Dacey Aslan, recibe servicios privados en el Voluntas Tua».

La gente se compadecería de ella, mientras que otros se burlarían. No podía imaginarse la reacción de su padre. Se cabrearía muchísimo. Su madre probablemente dejaría de comer por ser un acto tan inmoral.

Savannah frunció el ceño.

—No he pasado por todo esto para que te eches atrás en el último momento.

Savannah había hecho realmente mucho para que este plan sucediera. Se había encargado de la reserva, de las pruebas obligatorias de Ceylan, de enviar los resultados a Voluntas Tua y, por último, de conseguirle esta entrada.

—Te mereces un orgasmo. O tal vez finalmente sabrás si los hombres no son lo tuyo.

Una aventura y una relación duradera, y todavía no había tenido un orgasmo. Ceylan llegó a pensar que podría ser homosexual, pero su lujuria tóxica por Liam Chase le decía lo contrario.

Lo que ocurría es que el mejor amigo del instituto de su hermano nunca se había fijado en ella. No podía olvidar la vez que él y Baris volvieron a casa después de su graduación universitaria para el decimoctavo cumpleaños de ella, y ella le besó. Su respuesta todavía le dolía.

«Eres como mi hermana pequeña Ceylan, nada más».

Incluso estando en la misma ciudad, Ceylan no había hablado con él desde entonces.

Sólo veía sus fotos en las revistas y, durante mucho tiempo, eso le bastaba para soñar con él y que fuera la imagen que aparecía en su mente cada vez que se daba placer.

Ceylan había aprendido por fin a olvidarse de su enamoramiento. Ya era adulta y había dejado atrás los días en que estuvo profundamente enamorada de Liam Chase.

No quería estar entre las numerosas mujeres con las que se había acostado el mujeriego.

Savannah tenía razón, se merecía un orgasmo. Iba a tener sexo sin preocuparse por no hacer lo correcto durante el acto sexual.

Ceylan era muy consciente de sus inseguridades en la materia y siempre se precipitaba cuando mantenía relaciones sexuales.

Ninguno de sus dos amantes le dijo nunca a la cara que no era buena, pero lo intuyó. Era imposible fingir tan bien un orgasmo durante mucho tiempo.

Así que iba a tener una aventura de una noche con un desconocido. Sin miedo a lo que la otra persona pensaría de ella si metía la pata. Sin miedo a que un amante la dejara.

—Sigo dispuesta —dijo con firmeza, convenciéndose a sí misma también.

—Eso está bien. —asintió Savannah.

Luego se quedó mirando la comida de Ceylan, que apenas había tocado.

—Es obvio que estás nerviosa, eres incapaz de tragarte ninguna de esas enchiladas.

»Venga, sal de aquí y vete. Son veinte minutos en coche y tienes menos que eso. —dijo Savannah acercándose el plato de su amiga.

—Tienes razón —dijo Ceylan. Sorbiendo su vino por última vez, se levantó y dijo—: por favor, tráeme comida para llevar, tendré hambre cuando llegue a casa.

Su compañera de piso y mejor amiga sonrió.

—Lo que tendrás es hambre de más sexo cuando llegues a casa, estoy segura.

Si todo lo que decía Savannah era cierto, que los hombres que iban a Voluntas Tua eran dioses del sexo, entonces volvería a casa satisfecha.

Cogió su bolso y su abrigo: —Cogeré un taxi. No me gustaría que vieran mi coche cerca de ese sitio. Por favor, consigue a alguien que lo lleve de vuelta a casa.

—Claro. —dijo Savannah con la boca llena.

Ceylan tiró hacia bajo el nuevo vestido negro que la dependienta había jurado que le quedaba tan favorecedor mientras pasaba junto a varias mesas. Atravesó rápidamente el vestíbulo de mármol del restaurante y no tardó en salir.

La fresca brisa del atardecer le hizo ponerse el abrigo. Un taxi apareció un momento después.

El taxista no la juzgó cuando indicó su destino. Seguramente había oído cosas peores.

Mientras conducían por las concurridas carreteras de Los Ángeles, se le hizo un nudo en el estómago. Todas las razones para no hacerlo se le hacían bola, como si la química de su cuerpo le hubiera enviado una invitación general.

Pero no iba a echarse atrás.

Para distraerse, Ceylan rebuscó en su bolso y sacó su pintalabios. Aplicó otra capa de color a sus labios ya rojos.

Miró por la ventanilla del coche mientras el conductor frenaba en la acera frente a Voluntas Tua.

Se quedó perpleja por su entorno: las farolas salpicaban el pavimento con fragmentos de color.

Había gente por todas partes. Algunos vestidos con trajes formales hasta algunos que llevaban ropa totalmente informal.

Le preocupaba lo que pensara esa gente de que llevara una máscara y caminara hacia la entrada de Voluntus Tua.

Sentía las piernas como plumas, incluso temía que no consiguiera llegar hasta la puerta.

En la entrada, mostró su ticket al portero y éste la dejó pasar. El lugar era precioso, el «negocio» de Gabriella Keene era todo un éxito.

No necesitaba que le indicaran a dónde ir, Savannah le había dicho a qué puerta debía dirigirse. Juraría que su amiga ya había estado aquí, sabía demasiado.

Ceylan se abrió paso entre la ruidosa multitud hacia la puerta de las «salas de sexo». Una chica guapa y rubia le pidió su ticket de entrada antes de acompañarla a la habitación que le habían asignado.

Al pasar junto a varias puertas, su corazón empezó a latir con más fuerza. Estaba segura de que la chica que estaba a su lado podía notarlo.

—Que aproveche —dijo la chica mientras dejaba a Ceylan frente a la habitación VT29.

Ceylan apoyó la mano en las bisagras de la puerta pintada de forma tosca y luego empujó. Chirrió como si fuera una advertencia, pero su pensamiento se silenció cuando la puerta se abrió de golpe.

Un penetrante y agradable aroma masculino se extendió hacia ella, como negros penachos que ondean desde las ventanas de una casa en llamas.

Entró y cerró la puerta tras de sí. Apenas podía ver con la luz casi apagada, lo único que distinguía era la cama.

Con el silencio que se cernía sobre ella, por un segundo pensó que no había nadie.

—Llegas tarde. —dijo una profunda voz masculina, demostrándole que, efectivamente, no estaba sola. Entonces lo vio, una figura masculina sentada en una de las esquinas de la habitación.

—No estaba segura de querer venir… —dijo Ceylan con sinceridad.

La silla chirrió cuando el hombre se levantó. Inquieta, su estómago se revolvió y se dio cuenta de que se estaba abrazando a sí misma. Se sintió estúpida y se soltó.

Pero como no sabía qué hacer con las manos, las agarró y las soltó.

El chico caminó hasta situarse frente a ella y Ceylan levantó la cara para mirarle en la oscuridad. Por supuesto, no podía verle la cara, todo esto era confidencial.

—¿Es tu primera vez aquí? —le preguntó mientras le acercaba la mano a la cara. Sus dedos rozaron su oreja y le quitaron la máscara. El súbito e inesperado placer de su contacto la hizo gemir—: ¿Te gusta?

—S-Sí.

—¿Sí a la primera pregunta o a la segunda?

—Ambas.

La máscara hizo un suave ruido sordo al caer al suelo.

—Llámame Vintage, y ¿cuál es tu nombre?

—Cey... Ava. Llámame Ava.

—Así que Ava… —Su mano fue a su pelo y le soltó el moño perfecto—, ¿a qué has venido esta noche?

—A por mi primer orgasmo. —soltó Ceylan.

—¿Eres... Virgen?

—No —dijo ella, sintiendo la necesidad de defenderse—. Es sólo que ninguno de los hombres con los que he estado me ha dado eso.

—Has acudido a la persona adecuada.

Incluso en la oscuridad, se dio cuenta de que la forma en que Vintage la miraba era intimidante.

—Voy a darte el orgasmo de tu vida.

Ella levantó la mano para tocarle la cara, pero él se lo impidió.

—No tienes que hacer nada, yo cuidaré de ti.

Apartó su mano de su pelo y acarició con ternura su mejilla con el pulgar.

Ceylan se quedó clavada en el suelo cuando él se inclinó y rozó con la boca la curva de su mandíbula. El calor se encendió en su interior, una combustión lenta que derritió aún más sus sentidos.

Los labios de Vintage recorrieron su mandíbula y rozaron sus labios. Sus párpados se cerraron. Entonces su boca se movió sobre la de ella en un beso suave e hipnotizador.

Ceylan sintió cómo sus labios eran cálidos sobre los suyos, sus dientes se rozaron mientras él comenzó a chuparle el labio inferior antes de apartarse.

Y así, sin más, el beso había terminado y ella quería más. Ceylan se tambaleó un poco sobre sus pies, jadeante y sin aliento.

Por la forma en que le latía la sangre, no podía siquiera abrir los ojos. Todas y cada una de sus partes estaban excitadas por la necesidad y el deseo de más.

Sintió que le quitaba el abrigo. A continuación, sus grandes manos acariciaron sus curvas. A pesar de que el algodón impedía el contacto directo, su tacto la excitaba.

—Tu cuerpo es exquisito… —dijo Vintage antes de que su boca se acercara al cuello de ella. Sus dientes rozaron el punto sensible debajo de su oreja, que ahora palpitaba como el redoble de un tambor.

Su mano voló hasta la cremallera de su vestido y se lo bajó. Su piel se excitó al tacto. Sintió un calor excitante en su cuello y en sus pechos, y abajo, en su vagina.

Todo en ella parecía haberse despertado con la presencia de Vintage, todo lo femenino y esencial en ella se puso de nuevo en marcha.

Su sentido común también cobró vida. ¿Qué estaba haciendo? No era ella.

—Vintage, yo... No lo pensé bien…

Vintage le levantó la barbilla y estampó sus labios contra los de ella. Puso sus manos en su cabeza mientras sus bocas se fundían en una profunda y prolongada unión. Besaba muy bien.

Volvió a perder el sentido y sus manos se acercaron al cuello de él para estrecharlo. Los segundos se convirtieron en minutos, luego en más minutos. Un olvido loco y eterno.

Cuando se separaron, la guió hasta la cama y la tumbó sobre las almohadas. Ella se echó hacia atrás y contempló su figura. Esta posición le hacía sentir todo tipo de cosas.

Vintage se puso encima de ella, haciendo un camino de besos desde sus labios hasta su barbilla, luego a lo largo de su garganta, y bajó hasta el cierre delantero de su sujetador.

Sus pequeños y duros pechos se tensaron contra la tela del sujetador. Vintage lo abrió de un tirón liberando sus pechos.

Acariciándoselos, le dijo: —Son preciosos. —su voz era áspera. Como si conociera la dirección de sus pensamientos, Vintage pasó la lengua por uno de sus pezones erectos. Lo mordisqueó con los dientes y lo lamió con la lengua, mientras acariciaba el otro con la palma de la mano, viendo cómo se volvía loca de deseo.

Ceylan sintió que él se acercaba a sus bragas, apartándolas. Deslizó los dedos por debajo, sin parar hasta encontrar su húmeda hendidura.

En cuanto su dedo rozó la humedad, ella se estremeció como si la hubiera tocado con una llama abierta.

—Estás muy mojada para mí Ava, eres como la seda caliente…

Entonces, con el dedo que tenía acariciando su vagina se lo metió, pero sólo con la punta. Sin dudas ella quería más. Entonces, levantó las caderas y él retrocedió, provocándola.

No se lo esperaba cuando él deslizó un dedo en su interior, una sensación de cosquilleo la hizo gemir.

—¿Te he dado? —le susurró al oído—. ¿Le he dado a tu punto G?

—Sí… —consiguió graznar ella.

Vintage frotó su humedad alrededor de su clítoris con la punta de su dedo. Siguió frotándole el clítoris con el pulgar y ella volvió a gemir. Mientras la acariciaba y frotaba, su necesidad carnal aumentaba.

El placer de Ceylan crecía y se intensificaba. No sabía que fuera posible sentir ese tipo de deseo, pero lo había descubierto, sólo había una cosa que pudiera satisfacerla.

—Por favor… —susurró ella, forzándole a aumentar el ritmo. Su necesidad había ido demasiado lejos, quería correrse.

No tuvo piedad de ella y la acarició hasta que se corrió plácidamente. Ella se desgarró en una oleada tras otra por todo el placer, y su clímax recorrió todo su cuerpo.

Apartó la mano de ella y susurró: —Ha sido tu primer orgasmo.

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