Perro callejero - Portada del libro

Perro callejero

Anxious Coffee Boy

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Chapter
15
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18+

Summary

Zyon lleva viviendo en la calle desde que sus padres lo abandonaron a los cinco años. Ahora tiene veinte y está resignado a una vida en soledad en un callejón. Pero no sabe que Seàn está intentando ahorrar suficiente dinero para ambos. Y por si eso fuera poco, ninguno de los dos sabe que el misterioso Axel los observa de cerca.

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Prólogo

Zyon

Había estado viviendo en la calle desde que tenía uso de razón.

Mis recuerdos antes de eso eran caras borrosas, gritos y golpes.

Y de repente estaba en medio de la carretera, solo y confuso.

Aprendí pronto que no podía confiar en nadie.

A los cinco años, pocos meses después de que me abandonaran, me acogió una mujer con promesas de darme una mejor vida, pero decidió utilizarme como saco de boxeo para acabar con su estrés.

Me fui después de una semana, aún peor que como había llegado.

Aprendí a vivir de mis instintos.

El arte de robar: un puesto de comida en el que el trabajador no esté o no preste atención significa vía libre, y cualquier cosa en una tienda que sea lo suficientemente pequeña como para caber en un bolsillo puede desaparecer.

Y a correr: rápido y camuflándome con el entorno.

Ahora vivo en un callejón entre dos edificios abandonados. Con los años conseguí cosas para crear un pequeño refugio.

Una gran lona azul cuelga entre cuatro ladrillos que sobresalen, cubriéndome la cabeza y mi desgastada manta.

Incluso encontré una almohada a un lado de la carretera frente a un edificio de apartamentos.

Me gusta la tranquilidad de mi callejón.

Pocos viene por aquí. Pasan coches, pero no mucha gente.

Y si lo hacen, no hablo con ellos; los desconocidos suelen dejarme en paz, estoy sucio y mi ropa está hecha jirones.

La única persona con la que hablo es con el hombre del local de la calle de abajo, que me da las sobras de las comidas que nadie se ha comido.

Principalmente, verduras y alimentos de colores vivos: el hombre los llama frutas y verduras.

(No sabía que se llamaban así, yo sólo los llamaba comida).

A veces me da menús completos, pero me dijo que podían despedirlo si su jefe se enteraba.

Cuando lo conocí yo tenía unos diecisiete años, y uno de los primeros recuerdos que tengo de él es que me llamó estúpido.

No conocía esa palabra, así que me la explicó y lo acepté.

A veces oigo a mujeres u hombres preguntar a los niños: —¿Qué tal el colegio?

Me costó entenderlo, ya que yo nunca fui a uno de esos.

Sólo entiendo lo que he tenido que aprender para sobrevivir; algunas palabras aún me confunden y ciertas cosas no sé qué significan, pero tampoco me preocupa.

Sólo necesito dormir, comer y correr.

Así que sí, supongo que soy estúpido.

Pero al menos sé cómo sobrevivir. Mientras me mantenga con vida, no me importa saber qué es lo que estoy comiendo.

Mis días suelen ser bastante tranquilos.

Me despierto y voy en busca de mi desayuno: a una manzana hay un puesto de comida que vende perritos calientes buenísimos, como dice en su cartel.

Luego me doy una vuelta. Por la noche, voy al sitio donde está el buen hombre a por las sobras, y luego vuelvo a casa, a mi callejón.

Hoy hace más frío de lo normal. La camiseta fina y los pantalones cortos que he encontrado no abrigan mucho, pero al menos llevo algo.

Me dirijo de vuelta a mi callejón.

No paso mucho tiempo allí durante el día, ya que por alguna razón hay gente dando vueltas dentro de uno de los edificios, y enormes vehículos con diferentes cosas.

Llevan así mucho tiempo y sus ruidos me molestan.

Pero el hombre del restaurante no estaba hoy en la puerta de atrás y todos los puestos de comida están cerrados, así que no me queda más remedio que irme a casa y esperar a comer mañana.

Cuando llego a mi callejón, veo una larga fila de gente con trajes raros delante del edificio que antes estaba abandonado.

En la parte superior hay un cartel morado brillante (que me hiere los ojos) que dice PLAYHOUSE.

La música a todo volumen resuena cada vez que las oscuras puertas dobles se abren para permitir la entrada de otro grupo.

El hombre de la entrada lee unas pequeñas tarjetas que le dan los curiosos y los aparta o abre la puerta.

No me gusta, hay demasiado ruido y demasiada gente.

Algunos me miran mal cuando las luces brillantes y el cartel iluminan la oscuridad.

Me doy la vuelta y corro por el callejón para alejarme de ellos.

Estoy a salvo aquí, bajo mi lona y con mi manta.

Me tumbo y cierro los ojos, esperando que el estruendo de mi interior se detenga, pero no lo hace; parece como si sacudiera el suelo.

Los vítores y las voces resuenan a la vuelta de la esquina.

Mi respiración es cada vez más pesada, me duele y me escuece el pecho, tengo los ojos húmedos como las mejillas, pero no sé cuándo empecé a llorar.

No sé qué me está pasando.

Nunca había sentido tanto miedo, ni siquiera cuando era pequeño y había recién llegado a la calle. A veces tenía miedo, pero se me pasaba enseguida.

Esto es nuevo y no sé qué hacer.

¿Por qué tengo miedo? ¿Por qué tiemblo y lloro?

De repente tengo más frío que antes, así que me acurruco sobre mí mismo.

No me gusta esto, no me gusta el ruido, ni la gente, ni este nuevo lugar.

Sólo quiero que vuelva la tranquilidad.

***

Regreso lentamente a mi callejón con una manzana roja brillante que me ha dado el hombre del restaurante.

No quiero que los desconocidos del nuevo edificio me miren, y el ruido no ha cesado, así que tardo lo máximo posible en llegar a casa.

Ahora me siento algo incómodo en mi callejón. No porque me avergüence, sino por los hombres que pasan por delante de mi casa y me observan desde la larga cola.

Cada vez que uno me ve, me señala, y entonces tengo a un grupo mirándome como si fuera algo que no debería estar aquí.

Cuando son ellos los que no deberían estarlo.

Yo llegué primero. Es mi callejón.

Por desgracia, no hay una distancia muy larga del restaurante aquí, y en cuanto doblo la esquina para entrar en mi calle, oigo la música.

Me pego a la pared, esperando que la fila no me preste atención esta vez.

Esa esperanza se hace añicos al llegar a la entrada de mi callejón, donde un hombre con pantalones negros brillantes y una cadena al cuello me señala ante el hombre más corpulento que le acompaña.

Agacho la cabeza mientras corro hacia el callejón, hacia mi manta, sentándome con las rodillas contra el pecho.

La música suena más alta, como si la hubieran ido subiendo cada día desde hace dos semanas.

Intento concentrarme en mi manzana, dándole pequeños mordiscos para que me dure lo suficiente para saciarme un poco, y luego centrarme en mi masticación para distraerme del ruido.

Parece que ayuda, pero sólo un poquito, y al poco tiempo ya no tengo manzana.

Me acurruco sobre la manta y me tapo los oídos con las manos y la almohada. No sirve de nada, pero al menos puedo oírme pensar.

Empiezo a contar los ladrillos de la pared; llego a veinte antes de que se me cierren los ojos.

Siento que bostezo, acercándome al sueño...

...hasta que oigo el eco de un zapato en el callejón.

Me levanto justo a tiempo para recibir una ráfaga de luz directa en el ojo. Jadeante, me tapo el ojo y parpadeo varias veces.

Los pasos se acercan.

Sólo puedo arrinconarme, prepararme para atacar y defender mi espacio.

—¿Qué estás haciendo aquí? No quiero mendigos en mi propiedad.

Una voz masculina, profunda, ronca y severa, resuena contra las paredes.

Me limito a gruñir para intentar ahuyentarlo. No funciona.

—Estás haciendo que los clientes se quejen. Lárgate.

Gimo cuando se detiene en los escalones frente a mí. La luz deja ver mi manta y mi lona, que enseguida se cae al suelo.

Me acurruco contra la esquina y gruño, sintiendo que se me humedecen los ojos cuando el extraño desmonta el hogar que tanto me ha costado encontrar y construir.

Se burla mientras mueve la luz de la lona hacia mí, viendo mis ojos llorosos y la forma en que gruño.

La luz es demasiado intensa para verle, pero le oigo murmurar —Joder.

Escuché que era una palabrota, así que asumo que la cosa va mal.

Mis ojos siguen el movimiento de la luz a medida que desciende.

Oigo que el hombre se mueve, acercándose, lo que sólo hace que yo intente arrinconarme más, gruñendo de nuevo.

Se ríe por en voz baja: —No serás cantante, ¿no?

Estoy confuso por lo que quiere decir, pero no me muevo de mi posición tensa, dispuesto a morder o arañar para alejarlo de mí y de mi callejón.

—Me disculpo por lo que dije y le hice a tu pequeña casa. Realmente no te conozco ni sé por qué estás aquí. No fue muy amable de mi parte, y espero que puedas perdonarme.

Su voz es ahora suave y apacible, el tono severo ha desaparecido.

Miro fijamente la silueta del hombre; las luces de la calle que lo iluminan y la que sostiene me tapan la cara.

Puedo ver que es grande, sus hombros son enormes, igual que sus brazos.

—Soy Axel. ¿Cómo te llamas, pequeño?

Oigo cómo arrastra los pies contra el suelo, como si se estuviera acercando aún más.

La pared se clava en mi huesudo cuerpo, pero tengo que protegerme de algún modo. Me empieza a doler el pecho otra vez.

Hoy está siendo demasiado, el sonido sigue a todo volumen, y ahora el hombre que tengo delante quiere asustarme para que me vaya de mi casa.

Mi respiración se entrecorta y se vuelve más pesada, mis ojos se llenan de lágrimas.

Me doy cuenta de que vuelvo a temblar, como la primera noche que apareció la música. Sigo sin entender por qué me ocurre esto. Sé que tengo miedo, pero ¿tanto como para llorar y temblar así?

El hombre, Axel, me tiene atrapado. No puedo hacer nada más que ponerme las manos sobre los oídos y cerrar los ojos para engañarme a mí misma haciendo ver que todo ha desaparecido.

No funciona: el retumbar de la música a través de la pared llega incluso a través de mis manos, y puedo sentir su presencia.

—Mierda, cálmate, chico. Tranquilo, no te haré daño. Respira hondo, respira hondo.

Oigo su respiración cada vez más agitada.

No sé lo que está haciendo, pero parece saber lo que me pasa, así que intento hacer lo que me dice, respirar lo más hondo que puedo.

No funciona al instante, no como yo quiero. El desconocido sigue respirando de forma extraña y me dice que siga su respiración.

No me fío ni creo que vaya a funcionar, pero le sigo el juego por si acaso.

Después de una eternidad mi llanto ha cesado, los temblores no son tan fuertes y no me duele el pecho.

La respiración me ayudó. Voy a recordarlo por si una situación como esta se repite en el futuro. Que espero que no.

—Ya está, respira despacio unos minutos, cálmate. Bien, mucho mejor.

El desconocido sigue hablando así mientras yo hago lo que me dice con la esperanza de que mejore y se vaya.

A medida que mi cuerpo se tranquiliza, mis ojos se vuelven pesados y, cuando parpadeo, comienzo a ver doble.

Sé que cuando eso ocurre debo dormir o comer algo, pero no puedo hacer ninguna de las dos cosas porque hay un hombre que quiere echarme de mi casa, y ya me he terminado la manzana.

Mi cuerpo parece querer dormir y, por más que lo intento, no me hace caso aunque cierre los ojos.

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