Odiada por mi Alfa - Portada del libro

Odiada por mi Alfa

Nathalie Hooker

Capítulo 2

Aurora

Nos llevó un día y medio preparar el recinto para la fiesta.

La señora Kala me dijo que habría más de seiscientos invitados, entre asistentes de nuestra manada y de otras cercanas con las que teníamos firmado un tratado de paz.

Una vez que terminamos, la señora Kala me envió a casa para que descansara un par de horas. Tenía que estar de vuelta en la casa del líder al anochecer. La gala no empezaría hasta las nueve.

Cuando llegué a casa, me encontré con la desagradable imagen de mi madrastra paseando desnuda.

—¡Ajjjjjj...! —exclamé en voz alta, para llamar su atención—. No sé si sabes que estas habitaciones fueron hechas específicamente para proteger nuestra privacidad. No para andar por la casa completamente desnudos.

Me di la vuelta, esperando a que cogiera algo de ropa.

—Oh, lo siento, cariño. No esperaba que volvieras tan pronto. Vengo de patrullar la zona sur de la aldea —contestó despreocupada.

Mi madrastra era una rastreadora, poseía un agudo sentido del olfato.

De vez en cuando, el alfa le asignaba la tarea de patrullar, para ver si podía detectar el efluvio de los renegados que solían merodear por nuestras fronteras.

—Lo que tú digas —repliqué, con los ojos en blanco; me fui directamente a mi habitación y me tiré en la cama.

Intenté dormir, pero el sueño no llegaba, así que me levanté y decidí bajar a prepararme algo para cenar.

Una vez abajo, me di cuenta de que estaba completamente sola en la casa. Montana debía de haber salido de nuevo.

—Mejor para mí —pensé, encogiéndome de hombros.

Fui a la cocina y preparé pasta, luego me senté frente al televisor y comencé a buscar una película para ver.

Mi teléfono sonó. Bajé la vista y sonreí al ver que era Emma.

—Hola, Em —respondí mientras seguía recorriendo la lista de películas en el televisor.

—Bueno... ¿cómo ha ido la limpieza y la preparación de la gran fiesta? —preguntó.

—Hasta ahora, cansino. Ese lugar es enorme. Pensé que nunca terminaríamos con la decoración —relaté. Me metí un tenedor de pasta en la boca mientras hablaba.

—Uf, me lo imagino. ¿A qué hora empieza? —preguntó ella.

—Tengo que estar allí sobre las cinco y media. Pero el suplicio empieza a las ocho.

—¿Sabes a qué hora terminarás? —preguntó.

—En realidad no, pero estoy segura de que no será antes de medianoche.

—Vaya... qué fastidio. Supongo que tendré que desearte un feliz cumpleaños mañana.

—Sí, me han ordenado que deje el teléfono en casa, así que no leeré los mensajes hasta que vuelva.

—Vaya mierda —gruñó mi amiga.

No pude evitar soltar una risita

Pasamos el resto de la tarde charlando y riendo. Apenas noté que el tiempo pasaba volando.

Unas horas más tarde, me dirigí a la casa del líder. Me presenté en las puertas y pasé al interior.

Una vez dentro, fui directa a las dependencias del servicio doméstico, donde me puse el uniforme oficial.

Consistía en una camisa blanca abotonada de manga larga, una pajarita roja, unos pantalones negros de cintura alta y unos zapatos de tacón negros.

Una vez vestidas, todas las camareras nos dirigimos a la sala de gala, donde se atenuaron las luces. Cada una sacó bandejas y se preparó para recibir a los invitados.

La señora Kala nos asignó a cada una de nosotras una determinada zona de mesas que debíamos atender, y luego nos indicó que nos situáramos junto a la pared más cercana a esa sección.

El lugar pronto comenzó a llenarse de gente. Los invitados lucían sus mejores galas.

Los últimos en entrar fueron nuestros aliados, los representantes de la Manada Luna Azul del oeste.

Su alfa entró junto con su hija, Tallulah Wilhelm. Era la chica más hermosa que había visto.

Tenía una larga y preciosa melena rubia, piel bronceada y unos brillantes ojos color avellana. Todo su ser exudaba perfección.

Tras ellos entró el gamma de nuestra manada, Remus Boman, que rondaba los veinte años. Iba de la mano de su compañera, Aspen.

Remus tenía el pelo castaño oscuro, con un par de mechones grises aquí y allá. Tenía los ojos marrones y era uno de los hombres más bajos de nuestro pueblo.

Pero a pesar de su pequeño tamaño, no sólo era uno de los integrantes más inteligentes de la manada, sino también de los más fuertes.

A continuación llegó el beta, Maximus Barone. Era alto, con pelo rubio oscuro y ojos verdes.

Todas las chicas estaban locas por él, a pesar de que era un mujeriego. Era el segundo más fuerte de la manada.

Por último, pero no por ello menos importante, el hombre del momento hizo su entrada en la sala.

Nuestro alfa, Wolfgang Fortier Gagliardi. Si las mujeres se volvían locas por el beta, él era el auténtico bajabragas.

Tenía una mata de pelo negro azabache que siempre le hacía parecer recién salido de la cama y unos ojos tan azules que brillaban como zafiros.

Era enorme, y bajo su ropa destacaban los músculos abultados. Era como si hubiera sido creado por la propia Diosa.

Pero había un problema con él...

No sabía sonreír, ni ser amable con nadie.

A pesar de que era un hombre muy guapo, su mirada de desprecio, combinada con su poderosa aura de alfa, hacía que la gente le rehuyera.

La mayor parte del tiempo sólo se le veía con su beta, que también era su amigo de la infancia. O con Tallulah, la hija del otro alfa.

Por un momento, nuestros ojos se encontraron y su intensa mirada me dejó clavada en mi sitio. Sólo fue una fracción de segundo, pero resultó suficiente para provocar una gran conmoción en mi interior.

Una vez que el alfa tomó asiento, todos los demás le imitaron.

Y así comenzó la fiesta.

Todo se desarrolló con rapidez. Estaba tan ocupada con mis mesas que no me di cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo.

—Rory, la señora Karla te necesita en la cocina un momento —dijo una de mis compañeras.

—Estaré allí enseguida —respondí, recogiendo los platos vacíos y rellenando algunas copas de champán.

Cuando llegué la zona de cocina, me atacaron con confeti.

—¡Feliz cumpleaños, Aurora! —gritaron las presentes. Una hermosa tarta, en la que brillaban dieciocho velas, fue colocada ante mí.

—¡Oh, mi Diosa! Chicas, ¡no deberíais haberlo hecho! —exclamé, mirando el pastel con asombro.

—¡Oh, vamos! No todos los días se cumplen dieciocho años dijo una de las cocineras.

—Sí, muy pronto escucharás a tu loba interior. Entonces podrás transformarte y... —la señora Karla hizo una pausa mientras miraba en derredor—.¡Encontrar a tu pareja!

Puse los ojos en blanco mientras todas reían.

Después de probar el pastel, nos dirigimos de nuevo a la sala para continuar con nuestro trabajo.

De repente, oí una extraña voz en mi cabeza.

Hola, Aurora... —saludó. Sonó tenue, pero clara como el día.

Era mi loba. Había despertado por fin

Eh... ¿hola? —respondí en mi mente.

Soltó una risita y salió a la luz. Su pelaje era blanco como la nieve y sus ojos de color púrpura.

Es un placer conocerte. Soy tu loba. Mi nombre es Rhea —se presentó mientras se sentaba, mirándome fijamente.

El placer es todo mío, Rhea —respondí—. ~Espero que podamos llegar a...~

Mis palabras se interrumpieron cuando un delicioso aroma invadió mis fosas nasales. La fragancia era una mezcla de pino silvestre, almendras y ámbar.

Era cautivadora, atrayente.

Rhea también lo percibió. Dirigió su hocico hacia el cielo, olfateando.

Entonces dijo algo que me impactó.

Nuestro compañero está aquí. Puedo olerlo.

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