Rebel Souls - Portada del libro

Rebel Souls

Violet Bloom

Capítulo 2

RACHEL

—¡Levántate! —me gritó mi mejor amiga Jamie. Rodé sobre mi estómago, enterrando mi cabeza en la almohada mientras las lágrimas empezaban a caer por mis mejillas. Otra vez.

—Rachel. Te lo juro. Levántate. Métete en la ducha y ponte un vestido. Vamos a salir.

—No quiero —dije con la voz apagada.

—Me importa una mierda lo que quieras. Han pasado tres semanas desde que pillaste a esa escoria de exnovio tuyo en la cama con su vecina.

—Es hora de superar la fase del llanto y pasar a la fase de la borrachera. —Jamie se animó ante la idea de estar borracha.

—Chrissy y Annie se reunirán con nosotras allí. Sin hombres. Solo bebidas y fiesta. ¡Vamos! —Acompañó sus palabras de una palmada en mi culo, cubierto por una manta.

La ignoré y me puse otra almohada sobre la nuca. Jamie gimoteó frustrada antes de entrar en mi cuarto de baño y abrir el grifo. Instantes después volvió.

—Esas flores del baño eran muy bonitas. Ahora están en la basura.

—Pero el jarrón... el jarrón está lleno de agua helada, y si no estás fuera de esa cama en diez segundos, te juro por Dios, Rachel, que la verteré sobre tu preciosa cabecita.

Salté de la cama. Su amenaza no iba en broma. —Bien —refunfuñé antes de dirigirme al baño.

—Y depílate las piernas —me gritó.

—Si no hay hombres, no necesito depilarme —respondí.

—Depílate. Las. Malditas. ¡Piernas!

Puse los ojos en blanco antes de cerrar la puerta. No me extrañaría que viniera y me depilara ella misma.

Veinte minutos después, salí depilada, limpia y arreglada, con mi ropa de salir. No podía mentir; sin duda era una mejora y ya me sentía un poco más animada.

—Siéntate. —Jamie me condujo al asiento frente a mi tocador. Ya tenía preparados el secador, el rizador y el maquillaje.

Me senté y dejé pacientemente que Jamie me convirtiera en su Barbie mientras bailaba al ritmo de su lista de reproducción de Spotify.

Cuando terminó con mi peinado, pasó a maquillarme. Los ojos estilo ahumado y un pintalabios rojo oscuro cubrían mi rostro cuando terminó. Al mirarme en el espejo, no me reconocí.

Mi pelo castaño caramelo caía rizado sobre mis hombros en suaves tirabuzones, pero ni siquiera el maquillaje ahumado y las capas de rímel podían ocultar la tristeza tras mis ojos castaño oscuro.

Volvieron a brotarme lágrimas de los ojos al mirarme.

—Shh —me arrulló Jamie, envolviéndome en un abrazo—. Está bien. Estamos contigo.

Resoplé, enderezando los hombros, haciendo todo lo posible por no dejar caer más lágrimas por ese gilipollas. Asintiendo a Jamie en el espejo, me levanté y me dirigí al armario para vestirme.

—Joder, sí —gritó Jamie cuando salí del armario con un vestido de tirantes verde esmeralda que me llegaba por encima del muslo.

Si me agachaba, se me vería el culo y también el coño. El tanga de encaje que me había puesto no me tapaba nada. Los tacones color beige añadían la altura que le faltaba a mi cuerpo de metro sesenta.

—Voy a llamar a un taxi antes de que cambies de opinión —dijo Jamie mientras abría distraídamente la aplicación de su teléfono—. Estás buenísima.

Me soltó un silbido sexy mientras caminaba por el pasillo hacia la puerta principal.

El trayecto hasta la discoteca duró menos de diez minutos.

Una vez llegamos, salí del coche a la acera y Chrissy y Annie me rodearon inmediatamente, con Jamie detrás mientras caminábamos hacia el portero.

Annie coqueteó descaradamente mientras le convencía de que nos dejara entrar en la discoteca, para frustración de la multitud que esperaba en la cola.

Jamie entrelazó sus dedos con los míos mientras Chrissy hacía lo mismo con Annie. A pesar de mis protestas, me arrastraron rápidamente a la barra, donde pidieron una ronda de chupitos de tequila.

Gruñendo, me tragué el primer chupito y en ese momento supe que no sería el último de la noche.

—Bailemos —me gritó Annie al oído, demasiado fuerte.

—¡No! —protesté inmediatamente—. Aún no estoy lo bastante borracha para bailar. —Mis amigas se quejaron a la vez, hablando una por encima de las otras para tratar de convencerme.

—Vodka con soda. —Las ignoré y pedí una copa al camarero, que se reía de nuestra conversación.

—Id vosotras —dijo Chrissy a las otras dos—. La emborracharé y la sacaré a bailar dentro de un rato. Jamie aplaudió alegremente antes de saltar a la pista de baile. Annie se rió antes de seguirla obedientemente.

Le ofrecí a Chrissy una pequeña sonrisa de agradecimiento antes de entregarle mi tarjeta al camarero.

—La cuenta, por favor. —Se limitó a asentir. Haciendo su mejor esfuerzo para mantener mi mente centrada en la discoteca y no en mi ex, Chrissy habló de todo y de nada.

Hablaba de su nuevo trabajo y de lo ridículas que se veían nuestras amigas en la pista de baile. Las vi bailar la una con la otra.

Desde lejos parecían dos chicas que se lo estaban pasando en grande, pero para cualquiera que las conociera bien y estuviera lo bastante cerca, el amor que se profesaban era indiscutible.

Los ojos de Jamie destilaban tanto deseo que podía verlo desde allí, y Annie no era discreta en la forma en que dejaba que sus manos se entretuvieran en las caderas de su compañera o en cómo le acariciaba los brazos.

—¿Cuándo crees que saldrán del armario definitivamente? —le pregunté a Chrissy.

—Quién sabe. —Se encogió de hombros.

—Otro, por favor —sonreí amablemente, pidiendo mi segundo vaso de vodka. Me bebí la mitad de un trago, adorando el ardor y la forma en que el alcohol provocaba una sensación ardiente que se extendía por todo mi cuerpo.

Casi había terminado mi bebida cuando nuestras amigas volvieron a reunirse con nosotras, ambas cubiertas por una ligera capa de sudor.

—¡Chupitos! —gritó Annie. Sacudí la cabeza con incredulidad. ¡Teníamos veintisiete años! Definitivamente, ya no éramos adolescentes. Si me bebía más chupitos, tendría resaca durante una semana.

Me pusieron una segunda ronda de tequila en la mano antes de que pudiera protestar. —A la mierda —Pensé, antes de tragarme el alcohol.

—¡Vamos! —volvió a gritar Annie antes de arrastrarme hacia la pista de baile.

Dejándome llevar por el ritmo, empecé a mover las caderas y a levantar las manos.

Una de las cosas que más me gustaba era bailar. Sola, con mis amigas, con un hombre. Todo era estimulante para mí. Podía desconectar y no sentir nada más que la música corriendo por mis venas.

El hecho de que tuviera que estar ligeramente borracha para tener la confianza de hacerlo en público no significaba que no me gustara. Cerré los ojos mientras bailaba para alejar la tristeza de mí.

Habíamos escuchado dos canciones cuando sentí un cálido aliento en la oreja. —No mires ahora —susurró Jamie por encima de la música. Obviamente, sus palabras hicieron que abriera los ojos de golpe.

—Pero ese tío bueno del bar no te ha quitado los ojos de encima —ronroneó esa última parte. Mis ojos encontraron al desconocido del que hablaba.

No había mentido. Estaba buenísimo. Pura sensualidad con piernas. Era alto, por lo menos metro ochenta, si no más. No podía saberlo exactamente desde tan lejos.

Sus vaqueros negros rotos se le ceñían a los muslos musculosos. Las mangas de su camisa blanca abotonada estaban perfectamente remangadas hasta los codos, dejando al descubierto los tatuajes de uno de sus brazos.

Su pelo rubio era largo en la parte superior y corto en los lados, repeinado hacia el lado izquierdo. Ese es sin duda el corte de pelo de un mujeriego —me reprendí a mí misma mientras me lo comía con la mirada.

No podía ver el color de sus ojos, pero no cabía duda de que estaban fijos en mí.

—Nada de chicos. Lo prometiste —la advertí.

—No digo que te cases él —se defendió—. Llévatelo a casa, deja que te folle y deshazte de él. —Se encogió de hombros.

La miré con mi mejor cara de “¿En serio?”. Ella me conocía mejor que eso. Había estado con dos hombres. Con ambos había salido durante más de cuatro años. No tenía sexo casual.

—Que no lo hagas nunca no significa que no puedas. —La miré, estupefacta—. Te conozco desde hace veinte años. Eres como un libro abierto para mí.

Puse los ojos en blanco y le di la espalda ese tío tan atractivo, que seguía mirándome, ignorando sus ojos clavados en mí. Empecé a bailar de nuevo, agarrando a Chrissy como mi pareja de baile.

La siguiente canción que sonó provocó un frenesí en la discoteca y la gente empezó a saltar por todas partes. No tenía ni idea de qué canción era.

Mi ex era el clásico novio de cena y cine. Yo no había estado en una discoteca desde antes de cumplir los veinticinco. Fui a coger de nuevo a Chrissy, pero me golpeó una chica que iba demasiado borracha.

Me empujaron hacia atrás y, justo antes de caer de culo, unas manos fuertes me agarraron por la cintura y me levantaron.

Miré hacia abajo. Las grandes manos, que me sostenían por detrás, abarcaban casi toda mi cintura. Me giraron, mientras mis manos se dirigían instintivamente al pecho del hombre que tenía delante.

Al levantar la cabeza, me encontré cara a cara con los ojos gris verdoso más sexis que había visto nunca. Pertenecían al tío bueno que me había estado observando desde la barra.

—Cuidado —su voz era profunda y grave, llena de deseo.

—Gracias —respondí entrecortadamente. Quise apartarme de él, pero me empujaron por segunda vez, manteniéndome cerca de él.

Me tambaleé sobre los tacones, pero mi salvador reaccionó rápidamente, atrapándome entre sus fuertes brazos.

—¿Quieres bailar? —me preguntó en voz baja, al oído.

No. Mi respuesta debería ser no. Llevaba menos de dos minutos en su presencia y ya estaba casi jadeando de deseo. —Claro. —Mi boca traicionó a mi cerebro.

Soltándome de su abrazo, me cogió de la mano y me guio hasta un espacio libre en la pista de baile.

Me giré de espaldas a él y empecé a moverme. Él se acercó más y me agarró por la cintura mientras empujaba sus caderas contra mi culo.

Para mi sorpresa, era un buen bailarín. No se limitaba a ponerse detrás de mí y dejarme hacer todo el trabajo; se movía a mi compás, pasándome las manos por las caderas y la cintura.

No entendía lo que me estaba pasando. Estaba más excitada que nunca y él apenas me había tocado.

Sus suaves caricias prendían fuego a mi piel y lo único que deseaba era que lo apagara. Me agarró con fuerza de las caderas, apartándome de él.

Iba a protestar, cuando él aprovechó la distancia para darme la vuelta y acercarme de nuevo a él.

—Eres preciosa —me murmuró al oído mientras sus manos se deslizaban cada vez más bajo hasta posarse en mi culo, apretando las nalgas carnosas. No pude evitar que un gemido de deseo se escapara de mis labios.

Su sonrisa me indicó que había conseguido justamente la reacción que buscaba, pero al sentir el bulto de su pantalón contra mi cuerpo, fui yo la que le sonrió. Yo también había conseguido la reacción que quería.

En algún momento de nuestra interacción, dejé de bailar.

Cuando empecé a mover las caderas de nuevo, mi pareja de baile acercó sus labios a mi hombro descubierto. Instintivamente, giré el cuello, dándole mayor acceso.

Cuando succionó el punto en que mi cuello se unía a mis hombros, gemí con fuerza, rodeé su fuerte espalda con las manos y lo abracé contra mí. Sus labios encontraron el camino hacia los míos.

En cuanto nuestros labios se rozaron, abrí la boca, invitándole a entrar. Sin perder tiempo introdujo su lengua en mi boca, explorando cada centímetro.

Me recorrió el paladar y los dientes antes de chuparme la lengua con fuerza. Joder. Nunca me habían besado de verdad antes de aquello.

Yo gemía y mis bragas ya estaban mojadas. Cuando me mordió el labio inferior, me temblaron las piernas.

Si no me había reconocido mientras me preparaba antes de salir, aún menos ahora: completamente a merced de un perfecto desconocido. Un perfecto y sexy desconocido.

—Baila —me ordenó, dándome una palmada en el culo. Maullé antes de obedecer.

No paraba de besarme: ambos lados del cuello, los hombros, los lóbulos de las orejas y, sobre todo, los labios. No paraba de besarme con la boca abierta.

Lo que estaba haciendo apenas podía llamarse bailar. Básicamente, me lo estaba follando vestida en medio de la discoteca sin importarme lo más mínimo quién pudiera verme.

Quizas debería haber protestado cuando metió la mano entre nosotros y me pellizcó el pezón, ya erecto, entre el pulgar y el índice. Gemí en su cuello, mordiéndole la piel de placer.

—Joder —gimió, provocando que una sonrisa se formara en mis labios. La mano que hasta entonces pellizcaba mi pezón se deslizó entre nosotros, recorriendo mi cintura antes de bajar hasta mis caderas y alcanzar el dobladillo de mi vestido.

Abriéndome aún más los pies con los suyos, deslizó la mano por el interior de mi muslo. Apartó mis bragas empapadas antes de introducirme dos dedos. Me estremecí al contacto.

—¿Esto es para mí? —preguntó con suficiencia en la voz al referirse a lo claramente excitada que estaba. Asentí con la cabeza, hundiendo la cara en su pecho mientras seguía follándome con los dedos.

Su pulgar encontró mi clítoris mientras me acercaba al orgasmo. Mi coño se contrajo alrededor de sus dedos.

Entendió la señal y bajó la cabeza para besarme de nuevo, apagando mis gemidos cuando llegué al clímax entre sus dedos, temblando inestablemente entre sus brazos.

Me sentí vacía en cuanto sacó sus dedos de dentro de mí. No pasé por alto la lujuria en sus ojos cuando establecimos contacto visual mientras se llevaba los dedos lentamente a la boca.

Antes de que mi cerebro fuera consciente de lo que hacía mi cuerpo, le agarré la mano y me metí sus dedos en la boca, chupando y gimiendo de gusto.

—Al baño. ¡Ahora! —ladró, antes de darme la vuelta y llevarme hacia la parte trasera de la discoteca.

Caminamos en tándem, su polla dura empujando contra la parte baja de mi espalda todo el tiempo. Si no me hubiera estado agarrando con los brazos, me habría tropezado por la sobreestimulación que recorría mi cuerpo.

—Espera aquí —me indicó antes de entrar en el servicio de caballeros.

No tardó ni cinco segundos. Ni siquiera se molestó en abrir la puerta del todo, me cogió y tiró de mí para meterme en el baño, llevándome al baño de minusválidos.

Una vez dentro, volvió a lanzarse a mi boca. No pude hacer otra cosa que dejar que me besara. Era tan brusco y dominante que apenas podía devolverle el beso.

Enredé las manos en su pelo, intentando sujetarme, pero el peinado tan corto que llevaba no me daba nada a lo que agarrarme. Con brusquedad, me bajó el vestido hasta la cintura, dejando al descubierto mi pecho.

Cuando envolvió uno de mis pezones con su boca caliente, mi espalda se arqueó y lo sujeté contra mí. —Más —jadeé. Sonrió con satisfacción antes de morderme el pezón erecto.

—Joder —grité, acercando las caderas contra él, buscando cualquier tipo de presión que aliviara el dolor de entre mis muslos. Si no se daba prisa, iba a entrar en combustión espontánea.

Solté su cabeza y deslicé las manos por su torso tenso, metiéndolas en sus pantalones.

Agarré su polla a través de los calzoncillos, lo que le hizo soltar mi pezón y gemir contra mi pecho. Apretando la punta, lo provoqué acariciándolo lentamente, sin llegar a tocarle la piel.

Sus manos se apoyaron a ambos lados de mi cabeza mientras retrocedía, dejándome espacio para trabajar. Saqué las manos de su pantalón y fui a por su cinturón, intentando abrirlo.

Una vez lo conseguí, desabroché el botón de sus pantalones y se los bajé hasta las rodillas, llevándome sus calzoncillos con ellos. No hay forma de que eso me quepa~.~

—Te cabrá —se rio.

Mierda. ¿Había dicho eso en voz alta?

Riéndose, me miró a los ojos mientras acariciaba su larga y gruesa polla mientras yo lo miraba, hipnotizada por su enorme tamaño. Sin duda era más grande que la de mis ex.

Acercándome a la altura de sus caderas, lamí la el bulto de la punta. La postura era incómoda, pero por muy loca que estuviera por él, no iba a arrodillarme en el suelo del baño.

Su cuerpo se estremeció cuando le acaricié con la lengua. Me aparté y me lamí la palma de la mano antes de rodearle la polla con ella y acariciarle. Su respiración se volvía más agitada con cada caricia.

Volví a inclinarme y escupí sobre él antes de metérmela en la boca tanto como pude. Apenas tenía la mitad en la boca cuando empecé a sentir arcadas.

Me aparté y deslicé la lengua por la parte inferior de su pene. Puso sus manos sobre mi pelo. Su solo contacto ya era erótico.

Hacía suficiente presión como para controlar mis movimientos, pero no tanta como para que yo no pudiera tomar el control si quería.

—Justo así —gritó mientras yo me la metía hasta el fondo de la garganta, ignorando mis arcadas. Relajé la garganta y tragué.

—¡Joder! —gritó, moviendo las caderas hacia delante. Continué mi asalto a su cuerpo, tocándole los huevos y haciéndolos rodar suavemente en mi mano mientras seguía subiendo y bajando con mi boca.

Saqué su pene de mi boca y me centré en sus huevos, chupando primero uno y luego el otro, haciéndolos rodar contra mi lengua mientras le masturbaba rápidamente.

Sus gemidos de placer me alentaron a seguir.

Volví a centrarme en su glande y pasé la lengua por la hendidura de la punta. El jadeo que salió de su boca hizo que se me humedecieran aún más las bragas.

La puerta del baño se abrió y dos voces masculinas retumbaron por el pequeño baño.

—No pares —me ordenó en un susurro. Levanté la vista hacia él—. Tan jodidamente sexy —suspiró mientras nuestras miradas se cruzaban, mi boca llena de su polla, la saliva goteando por la comisura de mis labios.

Estaba segura de que se me había corrido el rímel por los ojos llorosos y de que había manchado mi la cara y su polla con carmín. Asentí con la cabeza antes de susurrar cerca de su piel, haciéndole jadear de placer.

Una de sus manos se despegó de la pared mientras se mordía el puño, intentando acallar sus gritos de placer. No importaba; ya nos habían oído.

Una vez que los grifos se cerraron, una profunda carcajada resonó a nuestro alrededor. —Os dejamos, ¿vale? —dijo el hombre entre risas antes de que los hombres salieran del cuarto de baño.

Saqué su miembro de mi boca con un chasquido.

—La mejor mamada de mi vida —gruñó antes de bajarme el vestido hasta la cintura. Fue mi turno de jadear cuando me apartó las bragas, arrancando el tanga de encaje de mi cuerpo.

Debió de importarle menos que a mí la higiene del cuarto de baño, porque no dudó en arrodillarse y pasarse mi pierna derecha por encima del hombro.

Se zambulló de cabeza, lamiendo toda mi raja antes de detenerse en mi clítoris. Me iba a correr vergonzosamente rápido. —Mierda. Sabes lo que haces.

Me agarré a la barandilla y apreté, intentando controlar el placer que recorría mi cuerpo. Deslizó dos dedos dentro de mí mientras me chupaba el clítoris, y en ese momento estuve acabada.

No pude evitar un grito cuando me corrí en su lengua. No me importaba quién pudiera oírlo o si nos pillaban. Moví las caderas contra su cara y gemí cuando no paró.

—Fóllame. Ahora. —Quise que mi voz fuera autoritaria, pero sonó como una súplica.

Rebuscó en su bolsillo trasero un minuto antes de echar mano de su cartera, abriéndola para sacar un preservativo.

Yo seguía embelesada por su tamaño y observaba con seriedad cómo se ponía el preservativo. Se incorporó con elegancia, me agarró por detrás de las piernas y me levantó.

—Métetela —me dijo. Metí la mano entre los dos y deslicé su pene contra mi coño antes de alinearlo con mi vagina. Sin dudarlo, empujó.

Eché la cabeza hacia atrás contra la pared mientras mis dedos se clavaban en sus hombros.

—Oh, joder —gimió—. Demasiado apretado. No voy a aguantar —dijo en un susurro entrecortado antes de echarse hacia atrás y volver a clavarse en mí. Apreté las piernas alrededor de su cintura, acercándolo más.

—Más fuerte —le supliqué.

—Agárrate a la parte superior del cubículo —me dijo. Hice lo que me ordenó, levanté los brazos de sus hombros y me agarré a la parte superior.

El ángulo era extraño e iba a protestar, pero cuando se alejó más, inclinándome hacia atrás y golpeándome, la queja murió en mis labios.

El cambio de posición le permitió penetrarme más profundamente y con más fuerza. Su pene me llenaba por completo en una mezcla de placer y dolor tan carnal que me arruinaría la experiencia de tener sexo con nadie más.

Jadeé. Sus fuertes manos me agarraron por la cintura y mis muslos rodearon sus caderas, empujándome y atrayéndome contra él mientras se abalanzaba sobre mí.

El sonido de sus pelotas golpeándome el culo, sus caderas contra las mías y los ruidos húmedos de su polla deslizándose dentro de mí eran embriagadores.

Sus gruñidos y gemidos de placer llenaban el aire. El timbre de barítono de su voz solo aumentaba la sensualidad de los ruidos que hacía. Sus manos me agarraron con fuerza por la cintura, dejándome moratones.

—No pares —supliqué, sin reconocer el deseo en mi propia voz. Tuve que cerrar los ojos cuando el éxtasis se apoderó de mis sentidos.

—Joder. Nunca la había tenido tan dura. —Aumentó el ritmo. Sus caderas me golpearon tan rápido y con tanta fuerza que lo único que pude hacer fue dejarme llevar.

—Me encantan esos gemiditos tan sexis —dijo.

Ni siquiera me había dado cuenta de que seguía emitiendo sonidos. Lo único que pude hacer fue gritar incoherentemente mientras él me llevaba a mi tercer orgasmo de la noche, y el mejor que había tenido nunca.

—Córrete en mi polla —me exigió mientras me apretaba contra él.

—Joder. ¡Sí! ¡Sí, sí! —grité mientras me corría, oleada tras oleada de placer recorriendo mi cuerpo, estremeciéndome en sus brazos.

Golpeó sus caderas contra las mías, quedándose quieto mientras se derramaba dentro del condón.

Le rodeé el cuello con los brazos y sostuve su cara contra la mía mientras nuestra respiración se estabilizaba.

—Hostia puta —dijo cuando se echó hacia atrás y se retiró, quitándose el condón y tirándolo a la basura después de enrollarlo en papel higiénico.

Intentó ser caballeroso, doblando un trozo de papel higiénico y ofreciéndomelo para que me limpiara. Me reí internamente por el gesto.

Acababa de entregarme a él sin saber siquiera su nombre, pero aun así me trató mejor después del sexo que un hombre con el que había estado casi cuatro años.

Se subió los pantalones mientras yo intentaba alisarme el vestido y cubrirme todas las partes del cuerpo.

Me sentía expuesta sin ropa interior, y aún podía notar mi excitación goteando por mis piernas.

Me sonrió. Joder, qué sonrisa más bonita. Y esos hoyuelos. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?

—Soy Nathan —me dijo, antes de besarme brevemente los labios.

—La próxima vez quiero que grites mi nombre —me susurró seductoramente al oído mientras me entregaba su tarjeta antes de desaparecer, dejándome sola para asearme y encontrar el camino de vuelta a mis amigas.

Miré la tarjeta que me había dado. Nathan Meyer. Decía que era el dueño de un estudio de tatuajes en Rikersville. Eso explicaba toda la tinta en sus brazos.

Mordiéndome el labio, me pregunté si habría más tatuajes que no hubiera visto.

Mi aspecto era absolutamente desastroso. Los ojos de mapache por el rímel corrido, el pintalabios corrido y el pelo alborotado me devolvían la mirada al otro lado del espejo.

Agarrando unas toallitas de papel y mojándolas, me limpié la cara lo mejor que pude. El maldito rímel resistente al agua no me lo ponía fácil.

Me recogí el pelo en una coleta alta. El alboroto que habían causado sus manos le daba un aspecto voluminoso.

Cuando tiré las últimas toallitas de papel a la papelera, la puerta se abrió de golpe.

—¿Tan borracho estoy? —protestó un tío—. Este es el baño de hombres.

—Lo siento —sonreí dulcemente—. La cola del baño de las chicas era demasiado larga.

Asintió con la cabeza antes de tropezar con el urinario.

Salí corriendo del baño y fui en busca de mis amigas.

—¿Dónde estabas? —me gritó Chrissy, con la cara llena de alivio.

—En el baño.

—¿Por cuánto tiempo? —me reprendió Annie.

—El tiempo que haga falta para que te follen a fondo.

Se quedaron con la boca abierta. Al parecer, los efectos del orgasmo que me había provocado seguían siendo fuertes. Por tercera vez esa noche, no me reconocí.

—¿Te follaste a ese tío en el baño? —preguntó Jamie.

—Seppp —dije, alargando la palabra y sonrojándome ligeramente.

—¿Era bueno? ¿Cómo se llama? ¿Cómo ha ocurrido? ¿Conseguiste su número? ¿Qué te ha dicho? —No podía seguir la pista de quién me hacía las preguntas.

—Su nombre es Nathan. Y me dio su tarjeta.

—¿Así que vas a llamarle? —preguntó Jamie.

—No —dije con firmeza.

Lo último que necesitaba era una nueva relación.

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