Mi chica - Portada del libro

Mi chica

Evelyn Miller

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Chapter
15
Age Rating
18+

Summary

Savannah Anderson tenía dieciocho años cuando se quedó embarazada. Tenía dieciocho años cuando sus padres la echaron de casa. Tenía dieciocho años cuando el padre del bebé no quiso saber nada de ella. Pero lo hizo lo mejor que pudo y está criando a una niña brillante y feliz. Tanner Taylor ha vuelto a la ciudad después de vivir fuera unos años. Una noche se encuentra con la chica a la que más quería. La chica que no quería nada con él. La chica que ahora tiene una hija que se parece muchísimo a él. ¿Cambiarán sus vidas para siempre después de verse después de tantos años?

Clasificación por edades: +18

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47 Chapters

Capítulo uno

SAVANNAH

¿No es curioso cómo el sexo puede cambiar tanto las cosas?

Cuando mi mejor amiga Erin tuvo relaciones sexuales por primera vez, se sintió mucho más segura de sí misma. No solo físicamente, sino también mental y emocionalmente.

Sin embargo, cuando yo tuve relaciones sexuales por primera vez, acabé embarazada.

Sí.

Embarazada.

El dicho es cierto, chicos, solo hace falta una vez.

Pero lo que no te dicen es que lo más probable es que el padre de tu bebé sea un completo gilipollas y te evite como a la peste cuando intentes decirle que te ha dejado embarazada.

Pero eso fue hace casi cuatro años, y estábamos a punto de graduarnos en el instituto. Supongo que el viejo Tanner Taylor no quería arruinar su reputación y que lo vieran hablando con la simple y aburrida Savannah Anderson.

Y para echar sal en la herida, tus padres, que van a la iglesia, te echan de su casa no solo por deshonrarlos a ellos sino, lo que es más importante, por deshonrar también a Dios teniendo relaciones sexuales antes del matrimonio y, lo que es peor, teniendo un hijo bastardo.

Nunca podré expresar con palabras la angustia que sentí cuando mis padres me echaron de casa. Fue como si me arrancaran el corazón y un camión de dieciocho ruedas pasara por encima, diera marcha atrás y volviera a pasar por encima.

Mi corazón todavía no está completamente perfecto, pero definitivamente ha empezado a sanar con la ayuda de Harry y Mallory Edwards, los padres de Erin, y mi actual novio, Pete.

Y, por supuesto, la niña de tres años más bonita del mundo, mi hija Rosie.

***

—Mamá, ¿es Navidad? —me pregunta de sopetón mi preciosa hija desde la pequeña silla infantil en la que está sentada.

—No, cariño. Es casi verano —le digo, girando en la silla de mi escritorio para mirarla.

Su pelo oscuro y rizado está en su estado salvaje habitual, sus ojos azul brillante resplandecen sobre su piel perfectamente bronceada todo el año que le daría envidia a Eva Longoria.

Me gustaría poder decir que la heredó de mí, pero realmente es la viva imagen de su padre, hasta en la actitud. La mayoría de los días parece que lo único que heredó de mí fue el pelo, e incluso entonces solo los rizos.

—Oh —hace un mohín con sus pequeños labios durante un segundo antes de coger un lápiz de color morado y dibujar en uno de los muchos papeles esparcidos a su alrededor, con la esperanza de olvidarse por completo de la Navidad.

—Estás soñando con todos los regalos que te va a traer Papá Noel, ¿verdad, Rosie? —mi jefa, Lydia, sonríe desde el ordenador contiguo al mío.

Lo mejor de mi trabajo en la biblioteca local es que Rosie puede venir conmigo siempre que no tengo canguro o cuando mis turnos no coinciden con los de su guardería.

—¡Sí! ¡Me va a traer un unicornio! —exclama feliz, pronunciando ligeramente mal unicornio, lo que hace que la comisura de mi boca se tuerza hacia arriba.

—¿Un unicornio arco iris? —jadea Lydia.

—¡Sí! —Rosie chilla de emoción mientras yo maldigo mentalmente a Lydia. Conociendo a Rosie, no va a dejar de hablar de ese puñetero unicornio arco iris hasta que consiga el puñetero unicornio arco iris.

—Será mejor que le encuentres un maldito unicornio arco iris —murmuro cuando Lydia se aparta de Rosie para sonreírme.

—Oh, lo haré —responde con plena confianza. Lydia hace milagros. Sea lo que sea lo que Rosie quiera, por muy complicado que sea, Lydia seguro lo encuentra.

Lydia tiene un instinto maternal muy natural. Me sorprendió mucho que no tuviera hijos. Un día me dijo que los hombres eran una pérdida de tiempo para ella y que nunca había querido tener hijos, así que nunca se molestó en tenerlos.

Pero después de verla con Rosie y todos los demás niños que pasan, me cuesta creerle.

Entonces un día se le escapó que no podía tenerlos, pero que era suficientemente feliz repartiendo su amor a sus sobrinos y ahora también a Rosie.

—¿Algún plan loco para el fin de semana? —le pregunto a Lydia, frotándome los ojos y apartando la vista de la brillante pantalla del ordenador, desesperada por un descanso.

—Nop —responde, pronunciando mucho la p y girando para mirarme—. A menos que consideres locura comer un montón de queso y beber una botella de vino con mis gatos —se ríe entre dientes.

—Suena divertido —pienso.

—¿Y vosotras dos?

—Probablemente vayamos al parque y luego tengamos la cena del sábado por la noche con Mallory y Harry.

Las cenas de los sábados por la noche se han convertido en una tradición entre los Edwards y nosotras. Nueve de cada diez veces, comemos comida para llevar, vemos una película, Harry entretiene a Rosie y le permite quedarse despierta mucho después de su hora de acostarse.

Cada tanto, Mallory nos prepara una gran cena y nos pide que nos pongamos nuestras mejores galas porque quiere aparentar que es elegante.

—¡Oh, mamá! ¡Jax está aquí! —interrumpe Rosie.

Ni siquiera consigo abrir la boca antes de que se levante de su asiento y corra alrededor del pupitre hacia el chico adolescente, que se separa de sus amigos. Juro que tiene un sexto sentido para saber cuándo Rosie está cerca.

—¡Jax! —chilla mientras corre con todas sus fuerzas hacia él.

—¡Rosie! —chilla mientras la coge en brazos.

Jax es un estudiante de último curso de instituto, también sobrino de Lydia, que enseguida se encariñó con Rosie y pasa horas con ella casi todos los días después de clase, normalmente enseñándole a dibujar.

—¿Qué te ha pasado en el brazo? —jadea, mirando hacia abajo. Dejo caer la mirada hacia su brazo derecho, cubierto por una escayola blanca.

—Puede que haya tenido un pequeño accidente en el colegio —responde tímidamente, con las mejillas ligeramente sonrosadas.

—¿Golpeaste a alguien? Mi padre solía pegar a la gente cuando iba al colegio —balbucea Rosie, y no puedo evitar que se me escape un grito ahogado.

Ni una sola vez en tres años Rosie ha mencionado a su padre. Ahora dice que pegaba a la gente, lo cual es cierto, pero ¿cómo demonios lo sabe?

—No, no —Jax se ríe, sacudiendo la cabeza—. Me caí en la hora de educación física —explica, levantando el brazo para que Rosie pueda inspeccionar la escayola de cerca.

—¡Tienes que tener cuidado! —dice Rosie con descaro mientras pone los ojos en blanco mientras Jax la vuelve a poner en pie— Mi mamá siempre me dice que tenga cuidado, pero ella nunca es cuidadosa.

Balbucea mientras desliza su pequeña mano por el brazo descubierto de Jax y lo conduce hasta su mesa.

—Adiós, Rosie, hablamos luego —murmuro para mis adentros.

—¿Así que su padre solía pegarle a la gente? —pregunta Lydia, tratando de sonar despreocupada mientras levanta una ceja canosa hacia mí.

—Así es —suspiro, echándome hacia atrás en mi asiento preguntándome cómo se enteró—. Pero no tengo ni idea de cómo lo sabe. Nunca le he dicho nada sobre él, y ella nunca me lo ha preguntado —sigo frunciendo el ceño mientras veo a Jax sacar algunos materiales de arte de su bolso.

—Debe haber sido Erin —pienso en voz alta—. Esa chica necesita aprender a mantener la boca cerrada.

Lydia resopla, sin molestarse en ocultar su desagrado. Nunca le ha gustado mucho Erin, lo cual, para ser justos, puedo comprender.

Erin es una bocazas, sin pelos en la lengua, es el tipo de persona a la que todo le importa un C.

Durante la siguiente hora y media, trabajo perezosamente en el ordenador, revisando unos pocos libros de un aún más pequeño grupo de personas, mientras observo a Rosie y Jax por el rabillo del ojo.

Aprendí muy rápido a no interrumpirlos. Cada vez que me acercaba a ver cómo estaban y a asegurarme de que Rosie no estuviera molestando a Jax, ambos me espantaban con una actitud rebelde.

Por fin, cuando dan las cinco, Rosie se me acerca dando saltitos con los bracitos llenos de papeles. —¿Estás lista para que nos vayamos, pequeña? —le pregunto mientras deslizo mi bolso sobre el hombro.

—¡Mamá! Jax me ha enseñado a dibujar un arco iris —chilla, ignorándome por completo.

—Qué bonito. Podemos colgarlo en la nevera cuando lleguemos a casa —sonrío, intentando mirar el papel que me sacude en la cara.

—¡No! —Rosie grita, pisando fuerte— Es para Jax —se burla mientras gira para mirar a su persona favorita— ¿Quieres ponerlo en tu nevera? —dice dulcemente, agitando las pestañas.

—Te prometo que lo haré —Jax se ríe, tomando suavemente el papel de su mano con la mano libre.

—¡Nos vemos, Jaxy! —Rosie sonríe ampliamente mientras le tiendo su pequeña mochila y ella desliza sus brazos en ella.

—Adiós, Rosie Posie —guiña un ojo antes de salir por las grandes puertas de cristal.

—¡Adiós, Lydia, no festejes demasiado! —grito mientras Rosie empieza a arrastrarme hacia la puerta.

—¡Adiós! —Rosie añade por encima del hombro casi como una ocurrencia tardía.

***

Me encanta la casa de los Edwards.

Es una casa pequeña de tres dormitorios, nada lujosa ni exagerada. Pero el ambiente es cálido. Lleno de amor. Siempre lo ha estado.

La casa de mis padres nunca fue así. Era una casa grande, exagerada, lista para mostrar y simplemente fría.

—¡Vale, he estado pensando en ti toda la semana! —exclama Erin, golpeando con la mano la encimera de la cocina frente a nosotras.

—Vaya, qué locura. Es como si vivieras conmigo o algo así —respondo con sarcasmo.

Cuando Rosie cumplió un año, nos mudamos las tres juntas a un piso de tres habitaciones.

Iba a coger un piso de dos habitaciones, pero según Erin, estaba «a un paso de ser una casa de crack, y nunca podrías sobrevivir sin mí».

En realidad, creo que solo quería mudarse y no quería vivir sola.

—Qué sarcástica, ja, ja —resopla, poniendo los ojos en blanco.

—Tiene razón, cariño —reflexiona Mallory, mirándonos por encima del hombro desde el bol de masa para tartas que está removiendo.

—¡Usted, señorita Savannah, tiene veintiún jodidos años y nunca ha estado en un club! —Erin anuncia como si esto fuera una nueva revelación.

—También soy madre —replico con una mirada mordaz. Sí, siempre quise dedicarme a los clubes y las fiestas universitarias, pero cuidar de Rosie es y siempre será más importante.

—No estás entendiendo —Erin gime, echando la cabeza hacia atrás— ¡Tienes que experimentarlo al menos una vez! Tienes que soltarte la melena, bailar como una loca con tu mejor amiga, besar a un completo desconocido.

—Tengo novio —digo inexpresiva, mirando a mi alocada amiga.

—¡Sí, pero apesta! —gime, cogiendo una de las dos copas de vino que tiene delante.

—No es tan malo —defiendo a Pete.

—¡Es abogado defensor! —replica ella.

Desde que Erin entró en el cuerpo de policía, ha estado en contra de los abogados, en realidad en contra de los abogados defensores. Dice que son los malos que intentan mantener a los aún «más malos» en las calles, lo que los convierte en los peores.

—Erin tiene razón —murmura Mallory, lanzándome una mirada que no puedo descifrar—. No sobre besar a extraños, sino sobre salir, bailar, divertirse —continúa.

—¿Alguna de vosotras recuerda lo que pasó la última vez que me emborraché? —pregunto, dirigiéndole a ambas una mirada mordaz.

—¡Solo te has emborrachado una vez en el instituto! —exclama Erin, poniendo los ojos en blanco con tanta fuerza que juraría que podrían habérsele caído de la cabeza.

—Y me quedé embarazada.

—¿Y? Has tenido sexo como mil veces desde entonces y no te has vuelto a quedar preñada.

—¡Cállate! —siseo, sintiendo que mis mejillas empiezan a arder y mirando a Mallory, que parece completamente imperturbable por la charla sobre mi vida sexual.

—Mamá y papá van a cuidar a Rosie. Ella incluso me ha dicho que quiere quedarse a dormir con Poppycorn y Gigi —dice Erin, refiriéndose a los nombres que Rosie se inventó para los Edwards.

—¿Por qué siento que me voy a arrepentir de esto? —gimo, cediendo, aunque toda la noche parece una tortura. Ya me duelen los pies solo de pensar en estar metida en tacones y bailando.

—Espera, ¿de verdad estás de acuerdo? —pregunta Erin, claramente sorprendida.

—Bueno, si no acepto ahora, tendré que oír otro millón de excusas sobre por qué debería ir y acabaré yendo. Así que pensé que era mejor ahorrarme la tortura —suspiro tan dramáticamente como puedo.

Realmente no quiero ir.

Tengo la sensación en la boca del estómago de que algo malo va a ocurrir.

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