Secuestrada por el Alfa - Portada del libro

Secuestrada por el Alfa

Midika Crane

Laberinto

MARA

Poco a poco recupero la conciencia y abro los ojos.

Sin embargo estoy inmersa en la oscuridad.

Noto un dolor en la nunca y pese a la oscuridad veo una pequeña lluvia de colores presa del aturdimiento.

¿Dónde estoy?

Me doy cuenta de que estoy atada a algo y las ataduras se me clavan en las muñecas. Respiro profundamente, tratando de recuperar la cordura.

El dolor es inmenso, pero no tiene sentido centrarme en eso.

Me han secuestrado. Eso lo sé.

Por quién y por qué, aún no lo se.

Puedo imaginarme quién ha sido, pero no quiero pensarlo más de la cuenta.

Si ha sido él... solo pensarlo es aterrador.

Mis mayores temores se están haciendo realidad y parece que no hay nada que pueda hacer al respecto.

A pesar de la oscuridad, sé que estoy sentada en una silla y en una habitación fría.

Intento concentrarme en lo que me rodea, pero mi loba interior se agita.

Siento que hay alguien observándome.

Tiro un poco más de las ataduras, pero es inútil.

Incluso tengo las piernas atadas a la silla. No puedo liberarme y solo me queda esperar.

Tal vez si mantengo la calma se me ocurra alguna manera de salir de aquí.

Entonces oigo pasos. Me quedo paralizada, encogida. Hay alguien en esta habitación conmigo. Ahora mismo.

No lucho, simplemente me quedo quieta.

Escucho atentamente los pasos para intentar averiguar de dónde proviene el sonido y en qué lugar de la habitación se encuentra la otra persona.

Sea quien sea, está cerca de mí. Puedo sentirlo y oírlo.

Tomo aire y cierro los ojos.

Considero decir algo, pero sólo decir algo no me sacará de aquí.

Quienquiera que me haya secuestrado tenía una razón... Sólo necesito averiguar cuál.

Me gusta creer que soy bastante inteligente. Siempre he sido de las que se plantean las cosas antes de hacerlas.

Ahora, sin embargo, lo único que puedo hacer es pensar a toda velocidad en cómo alejarme de las garras de mi secuestrador.

Un espeso silencio llena la habitación.

Los pasos cesan y siento que mi corazón late cada vez más rápido.

Que jueguen con mis sentidos de esta manera me hace sentirme desamparada.

Que me secuestraran en mi cama fue aterrador, pero saber que alguien está ahí, observándome, y que no puedo verle... me dan ganas de vomitar.

Me siento terriblemente aislada; el silencio insoportable pesa sobre mis hombros.

—Cierra la puerta—me susurra una suave voz en el oído izquierdo.

Me sobresalto y giro la cabeza para ver quién está detrás de mí, pero sólo veo un vacío negro.

La voz no me resulta en absoluto familiar.

—Hazlo ya —vuelve a susurrar la voz, esta vez en mi oído derecho.

La voz pertenece a un hombre. Es suave y áspera, como ninguna que haya escuchado antes.

Quienquiera que sea este secuestrador, no lo conozco. Al menos no personalmente.

—Corre la cortina —reanuda la voz, esta vez delante de mi cara—. Va a empezar.

Forcejeo con mis ataduras, y aprieto los ojos para cerrarlos.

El miedo ha explotado y consumido todo mi cuerpo, ahuyentando toda la razón anterior y solo me invade el deseo de escapar.

Un dedo se desliza por mi mejilla.

Es una sensación suave, pero hay algo de presión. Se siente como el tacto de un guante de cuero resbaladizo.

—No te asomes, por si está ahí —continúa la voz, que ahora suena más lejana.

Quiero gritar de terror. Quiero salir corriendo. Quiero escapar.

Pero estoy petrificada. No puedo moverme. Dudo que pudiera incluso si estuviera de pie y sin ataduras.

Los pasos se acercan hasta que se detienen frente a mí.

El estómago me da un vuelvo.

Este hombre, quienquiera que sea, podría matarme en un santiamén. Podría matarme y yo no podría hacer nada para detenerlo.

—Ten el miedo presente en ti.

Jadeo al sentir su cálido aliento contra mi cara. Es innegable que está cerca de mí.

De repente caigo en la cuenta de lo que está cantando.

Esta voz suave, aterradora y melódica está recitando el poema que me han metido en la cabeza mis padres y profesores a lo largo de los años.

—Sacrifica a tu pareja si es necesario —dice la voz, aunque ahora está detrás de mí.

Puedo sentir su aliento en mi cuello, abriéndose paso a través de mi piel temblorosa.

Entonces me doy cuenta de que las ataduras de mis brazos se están soltando.

Estoy aturdida y no se me ocurre cómo reaccionar.

—No dejes que el Alfa Kaden controle tu fario.

Me agacho, mis dedos húmedos luchan por desatar los gruesos nudos que rodean mis tobillos.

Mi único deseo es salir de aquí lo antes posible, alejarme de quien sea que esté en esta habitación jugando conmigo.

Sin duda está disfrutando al verme luchar por mi supervivencia pero no voy a darle más satisfacción.

Una vez desatados los dos nudos, me levanto de un salto y trato de alejarme, con las manos extendidas por si choco contra una pared.

Todavía no puedo ver nada, pero temo que si no me muevo rápidamente seguramente reciba un final desafortunado.

Pronto noto una pared.

El papel pintado se siente aterciopelado bajo mis dedos en comparación con el frío y duro hormigón bajo mis pies.

Apoyo la frente en ella, tratando de orientarme.

—No puedes escapar de algo que no puedes ver —dice la voz del hombre justo detrás de mí.

Esta vez sí grito. Un grito fuerte y estridente mientras extiendo mis manos. Pero no hay nada.

¿Me estoy volviendo loca?

Me tambaleo hacia la derecha, manteniendo la mano en la pared.

Debo encontrar una forma de salir de aquí. Las risas que vienen del otro lado de la habitación me están dando dolor de cabeza.

—¿¡Esto es un juego!? —grito.

No estoy segura de que mi secuestrador pueda verme.

Sí que me ve porque sabe dónde estoy a cada paso.

Claro que es un juego: un juego enfermizo y retorcido dirigido por un hombre igualmente enfermizo y retorcido.

Sigo avanzando hasta que siento la superficie vidriosa de una ventana bajo mi mano.

Una ráfaga de esperanza me inunda, pero tengo que pensar.

Mi secuestrador nunca me dejaría escapar tan fácilmente. Probablemente sea una trampa.

Pero es un riesgo que debo correr. No tengo otra opción.

Golpeo el cristal con las manos, pero no se rompe. Sólo se dobla y se flexiona.

Caigo de rodillas.

—¿Por qué estoy aquí? —pregunto al aire.

Justo cuando las palabras salen de mi boca, una luz se enciende, cegándome.

Me cubro los ojos. He estado mucho tiempo en la oscuridad.

Después de parpadear unas cuantas veces, empiezo a ver lo que me rodea.

La habitación en la que estoy es más grande de lo que esperaba. La silla de la que acabo de escapar está justo en el centro.

Y en esa silla hay un hombre.

No lo veo bien. Lleva una especie de capucha que le ensombrece la cara.

El resto de su ropa es toda de cuero negro, pero aun así puedo ver que es un hombre grande.

Ver a mi secuestrador por primera vez delante de mí es desconcertante. Siento un miedo atroz, pero también tengo el impulso de correr hacia él y atacarle.

Está sentado cómodamente jugueteando con las cuerdas.

Las misma cuerdas, supongo, con las que me ató a la silla

—¿Quieres saber por qué sólo cojo a chicas de la Manada de la Pureza? —pregunta.

Su voz es suave y tranquila, pero escucho cada palabra. Ignoro su pregunta para preguntarle yo.

—¿Eres el Alfa Kaden?

—Mi reputación me precede —se ríe—. Pero eres una chica inteligente. Responde a mi pregunta. ¿Por qué tengo como objetivo a las chicas de la Manada de la Pureza?

No tengo tiempo de pensar en una respuesta inteligente, así que suelto lo primero que se me ocurre.

—Porque eres un cobarde.

Suelta una risa divertida, se echa la cuerda por encima del hombro y se levanta.

Observo con nerviosismo cómo se acerca, su forma de andar sugiere que casi flota por el suelo, sus pasos son tan suaves. Me pego lo más posible a la pared.

—No tiene nada que ver con ser un cobarde. Y antes de que preguntes, esto no es una venganza contra tu alfa. Es un tipo bastante agradable —me dice.

Ahora está de pie junto a mí, con la cabeza inclinada hacia abajo. Pero aún no puedo ver más allá de la sombra que oculta su rostro.

Se cruza de brazos.

—Odio lo agradable. —Se arrodilla frente a mí para ponerse a la misma altura.

Odio que esté cerca de mí.

Y odio no tener las agallas para arremeter contra él y hacerle daño.

—Secuestro a las chicas de la Manada de la Pureza porque son débiles, patéticas y creen en un ser de mierda que vive en el cielo —me dice.

Así que es eso. De alguna manera, no esperaba menos de él. Le dirijo mi mirada más dura a pesar de mi miedo.

—Me parece divertido —responde riendo.

Quiero abofetearle por decir esas cosas, pero ni siquiera estoy segura de que tenga cara. Y eso es lo que más me asusta.

—Entonces, ¿qué? ¿Soy tu mascota ahora? ¿O vas a venderme a uno de tus otros miembros desesperados de la manada? —exijo con rabia.

Nunca he querido herir a alguien tanto como quiero herir a este hombre.

¿Cómo puede hacerme esto? ¿O hacérselo a cualquier otra persona?

Me ha robado la vida antes de tener la oportunidad de vivirla.

—No vas a compartir el mismo destino que esas otras chicas. Ten por seguro que ni siquiera conocerás a mi manada, cosa que ellas sí han hecho. No, tengo una propuesta diferente para ti.

Lo dice despacio, como si yo tuviera elección.

—Te he estado observando durante algún tiempo —dice—. Sé que normalmente no me tienes miedo. —Junta sus manos—. Aunque tal vez tengas ahora mismo...

Decido ir a por él. Me abalanzo para intentar herirlo.

Pero me agarra antes de que pueda hacer nada.

Mi piel entra en contacto con su cuero durante varios largos segundos mientras me sujeta por las muñecas y luego me arroja sin esfuerzo como si fuera un trozo de basura.

Aterrizo con fuerza en el suelo y me retuerzo de dolor.

—Eres una luchadora —comenta secamente—. ¿Seguro que eres de la Manada de la Pureza?

Permanezco encorvada en el suelo lamiéndome mis heridas como un cachorro indefenso.

—Lo que tienes que entender —me dice pacientemente—, es que yo soy un alfa y tú eres mi juguete. Y yo no soy el tuyo.

¿Está estableciendo reglas básicas? ¿Me está advirtiendo de que no vuelva a intentar algo así?

Si no estuviera a su completa y absoluta merced, intentaría atacarlo de nuevo.

Pero todavía tengo voz.

No seré tu esclava —gruño.

Se ríe.

Kaden se ríe... Estoy en presencia del alfa más mortífero del mundo.

No ha mostrado misericordia con nadie, así que, ¿por qué iba a mostrarla conmigo?

—Tu destino será un poco más interesante que el de un esclavo —murmura.

Vuelve a acercarse a mí y me tiende la mano.

No quiero aceptarla, pero sé que si no lo hago podría hacerme algo malo.

Dejo que me ponga de pie.

Me saca más de una cabeza, pero todavía no le he visto la cara que le cubre la capucha.

Todo lo que veo es una sombra, oscuridad.

—Me gustaría que conocieras a alguien especial —dice.

Da una palmada y mientras retrocedo se abren unas puertas en el otro extremo de la sala.

Si hubiera ido por el otro lado en la oscuridad podría haberlas encontrado y ser capaz de escapar. Lo que sea que esté al otro lado de estas puertas sólo puede ser mejor que esto.

Un hombre de aspecto más joven entra con bastante fanfarronería.

Tiene decenas de cicatrices y arañazos en los brazos desnudos y algunos en la cara.

Sin duda son marcas que ha recibido en una pelea contra algún lobo.

Todo en él indica claramente que es otro miembro de la Manada de la Venganza.

Por la mirada perversa de sus ojos oscuros sé que no obtendré ayuda ni simpatía.

Parece como si le hubieran golpeado o se hubiera caído desde una gran altura. Incluso cojea un poco.

—Mara, me gustaría que conocieras a mi hermano. Kace.

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