La compañera del Rey Lobo - Portada del libro

La compañera del Rey Lobo

Alena Des

Una traición real

BELLE

No he podido despedirme.

Aquello era lo único que podía pensar mientras cabalgaba a lomos del Rey Lobo, dirigiéndome a cualquier futuro que me esperara. Mi padre, mi madre, mi hermano... no sabía si volvería a verlos.

Y pensar que lo último que había dicho era que no los consideraba mi verdadera familia... Me hacía sentir mal conmigo misma. Si les hubiera dicho lo que realmente sentía... ¡que los quería! Y que eran mi mundo.

Lo único que me quedaba, lo único a lo que me aferraba, era el pelo del lomo del Rey Lobo.

El rey. Cómo lo despreciaba. Su aspecto deslumbrante no me engañaba; aquel tipo era la definición de crueldad. Estaba dispuesto a deshacerse de cualquiera que se interpusiera en su camino.

Incluida yo.

Después de varias horas agarrándome a él para salvar la vida, sabía que no podía aguantar mucho más.

Estaba agotada y hambrienta. En algunos momentos había sopesado la posibilidad de soltarme, caerme y romperme el cuello: cualquier cosa con tal de escapar del destino que me esperaba.

Pero no tuve el valor de matarme. No en aquellas circunstancias. Por fin, afortunadamente, el rey se detuvo y, antes de que pudiera bajarme de su espalda, empezó a transformarse sobre la marcha.

En cuestión de segundos, me encontré en sus brazos desnudos, mirando fijamente sus ojos negros. Su pecho desnudo y poderoso se agitaba por el esfuerzo. En su mirada, me pareció percibir un rastro de compasión. De interés.

Pero entonces parpadeó y me lanzó a un lado, cogió unos pantalones y se los puso. Y se dirigió a sus huestes. De vuelta a los negocios.

—¡Descansaremos aquí! ¡Montad el campamento! —gritó.

Intenté alejarme cojeando, para buscar refugio en la fría oscuridad de la noche, pero sentí que una mano me agarraba el brazo.

—No tan rápido —dijo el rey—. ¿Adónde crees que vas?

Me volví hacia él, recordando de repente lo que les había hecho a mi padre y a Sean, y también a mí misma, y sentí que una rabia volcánica hervía dentro de mí.

—Suéltame —siseé.

—¿Te atreves a dar órdenes a tu soberano?

—Ningún rey habría actuado como tú lo has hecho. Con sus propios hombres. Con su propio alfa.

Sus ojos se entrecerraron y sus fosas nasales se ensancharon. —Crees que lo sabes todo, ¿verdad?

—Sé adónde me llevas. Me vas a entregar al Señor de los Demonios. Para mantener la paz. Por el dichoso bien mayor'.

—¿Prefieres que deje morir a todos los licántropos? ¿Para que túpuedas vivir?

Cuando lo dijo así, no supe qué decir. Miré a un lado, sintiéndome avergonzada de repente. Era egoísta por mi parte.

—No —admití—. Tienes que hacer lo que tienes que hacer.

—Belle.

Me giré, sorprendida al escuchar mi nombre en sus labios. La primera vez había sido una pura formalidad; una manera de confirmar mi identidad. Pero en aquella ocasión...

No sabía cómo debía sentirme.

—No soy un monstruo —dijo—. Aunque supongo que debo de parecértelo. Pero te aseguro que sólo hago daño a los que me desafían. Soy el rey, después de todo. No puedo flaquear. Nunca.

—¿Y si me niego? ¿A acatar tus decisiones? —planteé, mirándole fijamente a los ojos.

—Entonces deberé obligarte.

—¿Me harías daño?

—No lo disfrutaría.

Antes de que pudiera detenerme, mi mano salió disparada hacia su cara para abofetearlo. Su reacción tan rápida que ni siquiera lo vi moverse. De pronto tuve su mano alrededor de mi muñeca, agarrándola con fuerza, tanta que dolía.

—Por favor.... —le rogué.

—Te lo he advertido, ¿no? —gruñó.

Por un segundo, pensé que iba a partirme la muñeca en dos. Sus ojos ardían con una rabia inconcebible para mí.

Caí de rodillas. Nunca había experimentado un dolor tan insoportable en toda mi vida. Pero me negué a dejar escapar una sola lágrima.

No iba a darle aquella satisfacción.

Justo cuando creía que no podía aguantar más, oí una voz en la distancia.

—Keith, déjala ir. Ya ha tenido suficiente.

El rey miró al hombre que le interpelaba. Para mi alivio, finalmente me soltó.

Me agarré la muñeca, sintiendo que empezaba a hincharse. Entonces, Keith se giró bruscamente y se alejó pisando con fuerza.

—¿Estás bien? —me preguntó uno de los guerreros del rey, con una inesperada amabilidad en sus ojos—. Deberías controlar esos arrebatos si quieres seguir viva. No lo presiones.

—Es una bestia —me quejé.

—Reconozco que no te equivocas —suspiró—. Pero eso es lo que lo hace tan bueno como rey. Lo siento, he olvidado presentarme. Soy Xavier —explicó.

Cuando intenté decir mi nombre, me detuvo con un gesto de la mano. —Sé quién eres. Eres la chica misteriosa que reclama el Señor de los Demonios.

Algo así —reconocí mientras él reía.

Me entregó una manta y me abrigué con gusto.

Iba a preguntarle adónde íbamos cuando el rey regresó. Se había lavado. Tenía el pelo mojado. Pequeñas gotas caían en cascada por su esculpido pecho hasta la pelvis antes de desaparecer bajo los pantalones y...

¡No, no! Está sucediendo de nuevo. ¡Contrólate, Belle!

Me pilló mirando y esbozó una sonrisa malvada.

Inmediatamente aparté la mirada, asqueada de mí misma. ¿Cómo podía sentirme atraída por el hombre que había hecho daño a mi hermano, a mi padre y a mí, hacía apenas unas horas?

Pero un impulso incontrolable dentro de mi pecho me atraía hacia él. Me hacía desear su contacto; hacía que las partes más íntimas de mí bulleran de deseo.

—Ven, dormirás en mi tienda esta noche —anunció, señalándome con la cabeza.

Di un paso atrás, con los ojos muy abiertos.

—Para que pueda vigilarte. No podemos permitirnos que escapes, ¿verdad?

Dirigió a Xavier un gesto de agradecimiento y me acompañó hasta una gran tienda. Esperaba un entorno muy decadente, digno de un rey, pero los adornos eran sencillos y espartanos.

Estaba claro que ante todo se tenía a sí mismo por un guerrero.

—Dormirás aquí —dijo, señalando con la cabeza un pequeño catre—. No intentes huir. Tengo guardias vigilando la tienda.

Luego, sin decir nada más, el rey se desplomó en su gran lecho y se durmió casi inmediatamente. La carrera debía de haberle agotado.

Al mirarlo, tranquilo y en paz, sentí que mi asco y mi ira se disipaban y que la curiosidad ocupaba su lugar.

¿Quién era el Rey Lobo? Alguien que podía mostrarse aterrador y considerado unos instantes después.

Era magnífico y monstruoso. Poderoso y patético. Una contradicción que anhelaba desentrañar.

Pero no aquella noche.

En absoluto. Tanto si los guardias estaban vigilantes o no, aquella noche tenía la intención de fugarme...

***

Esperé a que el centinela de la patrulla doblara una esquina antes de salir corriendo de la tienda en dirección hacia la línea de árboles.

Había calculado bien el momento. El Rey Lobo y sus guerreros nunca me encontrarían.

Iba a escapar de ellos y ver de nuevo a mi familia antes de que fuera de día.

Bueno, al menos era lo que yo pensaba.

Porque, al detenerme junto a un árbol para recuperar el aliento, los vi. En la oscuridad, ojos rojos brillando, a mi alrededor.

¡¿Qué son?!

Parecían pulular en torno a mi perímetro, con la piel resbaladiza por una sustancia aceitosa y brillante.

Por un segundo, pensé que parecían...

Pero no podían serlo, ¿verdad? El Rey Demonio esperaría hasta que yo tuviera dieciocho años. Seguramente, no enviaría a sus secuaces tras de mí tan pronto... ¿o tal vez sí?

Pero entonces, vi a una de las criaturas sonriendo malignamente, con los ojos fijos en mí.

Se acercó más. Mucho más. Adelantó una mano hacia mí y, aunque estaba a diez metros de distancia, el brazo siguió estirándose, mostrándose imposiblemente largo y elástico, hasta que su fea garra negra y aceitosa tuvo mi rostro a su alcance.

Lo tenía pero que muy feo.

Estaba a punto de cambiar a mi forma de lobo y tratar de escapar, cuando una gran mandíbula se cerró alrededor del cuello del engendro, seccionándolo. Una asquerosa gelatina verde salió disparada por el aire.

El rey había venido a rescatarme. De repente sus guerreros estaban por todas partes, luchando cuerpo a cuerpo con los demonios.

Por un segundo, casi me sentí agradecida. Hasta que recordé que era él quien me había metido en aquel lío.

Cuando todas las criaturas fueron eliminadas, salí de las sombras y me acerqué a Xavier.

—¿Estás bien? —quiso saber.

—Lo estoy. ¿Son esos...? —esperé a que Xavier terminara la frase.

—Demonios, en efecto —confirmó.

—¿Han venido a por mí?

—Probablemente. ¿Nunca habías visto uno antes? Espera a que te encuentres una ninfa.

Al principio, pensé que Xavier estaba bromeando. Pero su expresión dejaba claro que no lo hacía.

Estaba tan aturdida que no podía hablar. En aquel mundo había más seres extraños de los que podía haber imaginado. Uno de ellos ya había intentado matarme.

—Nos vamos —gruñó el Rey Lobo mientras se acercaba—. A menos, por supuesto, que quieras escapar de nuevo.

El imbécil ni siquiera me había preguntado cómo me encontraba. Pero, entonces, un pensamiento cruzó mi mente.

—¿Por qué has luchado por mí? —pregunté—. ¿Por qué no has dejado que me lleven con su amo?

El rey miró hacia otro lado.

¿Había cambiado de opinión? ¿No iba a entregarme al Señor de los Demonios después de todo? ¿Por qué si no había luchado tan ferozmente para defenderme?

Tal vez había más en el rey de lo que yo podía ver.

Mientras el sol proyectaba vívidos tonos naranjas y amarillos en el cielo a medida que desaparecía lentamente tras el horizonte, nos detuvimos finalmente en la base de un majestuoso castillo.

El rey avisó a gritos a los hombres lobo de la muralla, y la enorme puerta que teníamos delante se abrió, dejando paso a una preciosa hembra que se precipitó hacia nosotros con su espesa melena castaña flotando detrás de ella.

Se lanzó sobre el rey, rodeando su cintura con las piernas y pegando su boca a la de él, metiendo las manos en su espesa cabellera negra.

Por razones que no pude explicar, aquella muestra de afecto me hizo arder de celos. Quise arrancarle el corazón a aquella mujer.

Diosa de la Luna, ¿por qué me sigue pasando esto?

No sentía afecto por el rey. Ni mucho menos. Sin embargo, mi cuerpo parecía ir por libre.

—Xavier —pregunté, volviéndome hacia el guerrero—. ¿Quién es ella? La zorra.?

—Esa zorra es mi hermana, Zena —rió Xavier—. No te preocupes, es una auténtica zorra.

Zena dejó un rastro de besos a lo largo de la mandíbula del Rey, haciendo que mi estómago se retorciera de envidia y asco. No podía creerlo. Realmente me estaba dando náuseas.

Se giró y me miró de arriba abajo.

—¿Quién es la chica? —preguntó.

Me observó y, por un momento, pensé que sus manos viajeras y sus ojos llenos de lujuria estaban imaginando lo que podía hacerme.

—Alguien... singular —dijo Keith.

A Zena no pareció gustarle su respuesta, porque se apartó y frunció el ceño. —Singular, ¿en qué sentido?

—Es la primera mujer que me desafía abiertamente.

Entonces Zena comprendió y sus labios se curvaron en una sonrisa cruel.

—¿En serio que lo ha hecho?

—Incluso ha tratado de escapar de mí, ¿puedes creerlo?

—Imperdonable.

—No sé si hasta ese punto —murmuró el rey, con un brilló juguetón en sus ojos—. Pero puede que un poco de tiempo en el calabozo le haga bien.

—¡¿Qué?! —exclamé, indignada.

—Keith, ¿es realmente necesario? —protestó Xavier.

El rey no se molestó en contestar. Se dio la vuelta y siguió besándose con su hembra.

—¡Espero que la Diosa de la Luna te castigue, animal sin corazón! —grité, mientras dos de sus guerreros me arrastraban cogida por los brazos.

Intenté llamar la atención de Xavier, pero no me tenía en su campo visual.

Volví a mirar al cruel rey por última vez. Su boca estaba enterrada en el cuello de Zena, pero sus ojos me observaban sin parpadear.

Y, por un segundo, la mirada del Rey Lobo lo dejó todo claro como la luna llena que presidía la noche sobre nosotros.

Él deseaba estar besándome...

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