Una propuesta inmoral - Portada del libro

Una propuesta inmoral

S.S. Sahoo

Oscura desesperación

ANGELA

—Hemos conseguido reanimar a su padre —dijo el médico con voz grave—. Las víctimas de una hemorragia cerebral son propensas a sufrir infartos en las primeras veinticuatro horas después del ataque. Lo estamos vigilando de cerca y seguiremos haciéndole pruebas para ver qué podemos hacer.— La forma en que lo dijo hizo que sonara como si no estuviera seguro de que hubiera mucho que hacer.

—Gracias, doctor —dijo Lucas.

El médico asintió y nos dejó solos.

—¿Cuánto tiempo va a tener que estar papá aquí? —pregunté en voz baja—. No parece que esté en condiciones de volver a casa.

—Puede que no tengamos elección —dijo Danny.

—¿Qué se supone que significa eso? —pregunté.

Mis hermanos se miraron entre ellos. El corazón me latía con fuerza en el pecho. Podía presentir las malas noticias que se avecinaban. Finalmente, Lucas se volvió hacia mí.

—No podemos permitirnos que esté aquí, Angie.

Parpadeé. —¿Qué?

Danny se pasó las manos por el pelo, con el rostro demacrado. —Estamos sin blanca.

—¿Cómo? El restaurante... —El restaurante había sido la vida de mi padre desde que éramos niños. Mamá también había trabajado allí, hasta que enfermó. Mis hermanos se hicieron cargo de él tan pronto como terminaron la universidad.

—Llevamos un par de años complicados. La crisis pasó factura. Papá pidió una segunda hipoteca poniendo la casa de aval para intentar sacarnos adelante. —Lucas suspiró. Parecía derrotado.

—¿Por qué no me lo dijisteis? —le pregunté—. Tengo mi entrevista pronto, así que tal vez...

Pero Danny negaba con la cabeza.

—Las facturas del hospital llegarán pronto...

Ya no podía estar allí, en el pasillo, en el hospital. Era demasiado claustrofóbico. Me alejé de mis hermanos. Mis piernas temblorosas me llevaron por pasillos y escaleras hasta que me encontré fuera, delante del hospital.

El cielo nocturno se cernía sobre mí. Miré hacia arriba, la contaminación lumínica era aún demasiado fuerte para ver ninguna estrella. Ni siquiera un avión que pasara para que yo pudiera fingir. Qué ingenua había sido al desear una estrella. No, ni siquiera una estrella. Un estúpido avión. Debería haberlo sabido.

Necesitaba hacerlo bien en mi entrevista. Si conseguía el trabajo, tal vez podría pedir un adelanto para poder mantener a papá en el hospital.

Cerré los ojos y respiré hondo. Podía hacerlo. No tenía otra opción.

XAVIER

Por extraño que pareciera, me gustaban los cementerios.

Había algo en el ambiente tranquilo, en el césped cuidadosamente cuidado, en las lápidas pulidas, que me hacía sentir en paz. Una serenidad tranquila que todo el mundo, fuera quien fuera, respetaba. Podías ser rico, pobre, famoso o un don nadie, pero todos se comportaban igual ahí dentro.

De todas formas, todos íbamos a acabar en el suelo. Ese hecho tendía a hacer que todos se callaran, se pusieran solemnes y, lo mejor de todo, que se ocuparan de sus malditos asuntos.

No podía decir lo mismo de mi padre.

Ya estaba allí, de pie, junto a la lápida de mamá, con un ramo de lirios a sus pies. Me acerqué a él, pero no me saludó. Nos quedamos así un rato, cada uno sumido en sus propios pensamientos.

—¿Sabes de dónde saqué esas flores? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.

Miré los lirios. Eran las flores favoritas de mamá.

—¿De alguna floristería? —respondí. ¿Qué importaba?

—Una amable joven me las ofreció después de que me abandonaras ayer en el parque. —Se volvió para mirarme, con los ojos llenos de esperanza—. Se dio cuenta de lo dolido que estaba y trató de consolarme. Con las flores favoritas de tu madre, en su banco favorito.

—Qué bien —dije distraídamente. ¿Y qué?

—¿Crees en el destino, hijo?

—¿En el destino? —Me burlé—. No. ¿Quieres que crea que algo planeó a propósito todas las gilipolleces que he estado haciendo? A la mierda con eso.

—Sé que las cosas se volvieron difíciles después de lo que pasó con...

—Ni siquiera menciones su nombre —le advertí, con voz dura—. No quiero pensar en esa zorra.

Papá frunció el ceño, pero asintió con la cabeza. Volvimos a quedarnos en silencio y sentí que mi paciencia se agotaba.

—Escucha, mi avión va a salir pronto, así que si no hay nada más...

—Yo estuve como tú una vez, Xavier —dijo papá de repente—. Enfadado con el mundo. Arremetía contra todo y contra todos. Apartándolo todo, persiguiendo un placer vacío tras otro para no sentir nada dentro de mí.

Me quedé en silencio. Papá nunca había hablado de estas cosas conmigo. Era Brad Knight, un CEO genial y multimillonario, una figura casi mitológica. Había cursos de negocios en universidades de todo el mundo que estudiaban su ascenso al poder. Para mí siempre fue más una figura decorativa que un padre.

—¿Sabes que lo cambió? ¿Qué me salvó? —preguntó en voz baja.

Miré la lápida a nuestros pies. Podía adivinarlo.

Asintió con la cabeza. —Conocí a tu madre. Amelia me salvó... y tú también, hijo. Los dos fuisteis la luz que me sacó de la oscuridad. —Papá me miró entonces, con esa infame determinación evidente en su rostro—. Quiero lo mismo para ti.

Me puse en guardia al instante. —¿Qué se supone que significa eso?

—Necesitas a alguien que te equilibre. Que sea lo que tu madre fue para mí. Necesitas encontrar tu otra mitad.

Mi mandíbula prácticamente golpeó el suelo después de conectar los puntos. —No puedes hablar en serio.

—Te volverá responsable. Y limpiará tu imagen pública. No quiero echarte de la empresa, hijo. Necesitamos una manera de que los socios vean que has crecido y madurado lo suficiente como para tomar el relevo cuando yo dimita.

—¿Así que quieres que salga con una chica cualquiera de la calle porque te regaló flores? —pregunté, incrédulo.

—No solo salir, Xavier. —Se volvió hacia mí, y cuando me miró vi que ya no era mi padre. Ahora era Brad Knight, el imparable patriarca de Empresas Knight. El hombre que siempre se salía con la suya—. Quiero que te cases con ella... y que, con el tiempo, tengas un heredero.

ANGELA

Emily frunció el ceño al verme comiéndome un helado de Ben and Jerry's en pijama y con el pelo recogido en un moño desordenado.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Súper —dije con la boca llena de chocolate.

Suspiró y cogió su propia tarrina de helado del congelador. Se sentó a mi lado y se metió una cucharada de vainilla en la boca.

—Escúpelo —exigió.

—Nada. Es solo que estoy muy estresada —admití—. Mi padre está en el hospital y vamos a tener problemas para pagar las facturas. Acabo de tener laentrevista con Curixon, y tengo miedo de haberla cagado, y.... —Se me entrecortó la voz.

Demasiadas cosas.

—¿Cagarla? —preguntó Em—. Lo bordaste..Tú misma me lo dijiste.

—Eso pensaba —dije—. Ahora no estoy tan segura.

Era cierto; había congeniado muy bien con el entrevistador. Curixon era una gran empresa, y yo esperaba poder poner por fin en práctica mi título de ingeniera de Harvard. Había pasado los últimos meses trabajando a tiempo parcial en la floristería de Em.

Incluso me había dejado vivir con ella en su apartamento.

Estaría totalmente jodida si no fuera por ella.

—Eres mi salvavidas, Em —empecé—. Si no fuera porque me dejas quedarme aquí...

—Déjate de dramas —dijo antes de que pudiera darle las gracias de nuevo—. Sabes que puedes quedarte todo el tiempo que quieras. Simplemente no quiero verte desperdiciar tu vida barriendo el suelo de mi floristería cuando podrías estar trabajando en algún sitio como Curixon. Eres demasiado lista para eso, Angie.

Oh, Em. ¿Dónde estaría sin ella?

—En fin, me voy. —Em se levantó, tirando la cuchara al fregadero y la tarrina vacía de helado a la basura—. No te preocupes demasiado. —Se puso los zapatos y, antes de que me diera cuenta, se había ido.

Estaba sola. Me levanté del sofá y me dediqué a limpiar el apartamento. Sabía que, si me quedaba quieta, le empezaría a dar vueltas a mi cabeza.

Estaba limpiando el fregadero cuando sonó el teléfono. Prácticamente salté por encima del sofá para cogerlo y rapidamente comprobé el identificador de llamadas.

CURIXON LTD.

Mi corazón se aceleró.

Okay, okay, okay, okay.

Respiré hondo.

—¿Hola? —dije, deseando que no me temblara la voz.

—Hola, ¿está Angela Carson?— —dijo una voz femenina al otro lado de la línea.

—Sí, soy yo.

—Hola, Angela. Solo te llamo para informarte de que, lamentablemente, hemos decidido seguir adelante con otros candidatos para el puesto de ingeniero.

—Oh. —Mi corazón se hundió.

—Nos aseguraremos de mantener tu solicitud en el archivo por si hay otro puesto disponible.

—Uh, vale. Gracias.

¿Qué más podía decir?

Tras asimilar la noticia, me desplomé sobre la cama, boca abajo.

Demasiado para mí.

Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas de frustración y las dejé caer sobre la almohada. Había mucho más en juego que simplemente pagar las facturas y tener algo de dinero para gastar.

La vida de mi padre estaba en juego.

Pero, ¿qué podía hacer ahora?

Sin saber qué hacer, cogí mis cosas y salí corriendo por la puerta, desesperada por llegar al hospital. Necesitaba ver a mi padre. Tal vez podría hablar con los médicos para ver si podían prolongar de algún modo su estancia, si tenían alguna otra opción...

Salí corriendo a la calle y casi choco con alguien en mi carrera.

—Lo siento —murmuré, pasando de largo. Tenía que llamar a Lucas y Danny. Tal vez ellos sabían que hacer.

—¿Angela? —me llamó una voz amable—. ¿Angela Carson?

Me detuve y volví la vista hacia el hombre con el que casi había chocado. Era el señor mayor al que había regalado flores en el parque el otro día.

—Oh, hola —dije, distraída—. Perdona, tengo prisa, pero me ha gustado verte....

—Puedo ayudar a tu padre —dijo el hombre.

Me quedé inmóvil.

—¿Perdón? —pregunté—. ¿He oído bien?

—Tu padre está en el hospital ahora mismo, ¿verdad? Y, por lo que tengo entendido, tú y tus hermanos no podéis permitiros tenerlo allí. Habló despacio, tratando de calmarme.

—Uh, sí, pero ¿cómo lo sabes? —Las alarmas sonaron en mi cabeza. ¿Quién era ese hombre?

—Me temo que me he adelantado. —Me sonrió tranquilizadoramente—. Mi nombre es Brad Knight.—

Jadeé. ¿Brad Knight? ¿El auténtico Brad Knight? ¿El multimillonario dueños de Empresas Knight?

—Um— —tartamudeé.

—Debo confesar que después de nuestro fatídico encuentro en el parque me puse a investigar tu situación. Perdona mi intromisión a tu intimidad, pero creo que podemos ayudarnos mutuamente, Angela.

La cabeza me daba vueltas.

¿Qué quería de mí?

Lo pagaré todo. Me aseguraré de que cuiden de tu padre. Solo tienes que hacer una cosa por mí. —Sonaba genuino, pero una pizca de desesperación se coló en su voz. Luegi se recompuso y me miró fijamente a los ojos.

—Necesito que te cases con mi hijo.

—¡¿Qué?! —Me alejé de Brad, poniendo algo de espacio entre nosotros—. ¿Es esto una especie de broma? —¿Debería gritar pidiendo ayuda? ¿Volver a entrar corriendo? ¿Acaso el famoso empresario era un bicho raro?

Me observó, negando con la cabeza. —Te aseguro que hablo completamente en serio. Soy consciente de lo extraño que puede parecerte mi petición y sé que ahora mismo te sientes incómoda. Me iré si quieres, pero por favor, escúchame. Te prometo que no tengo más que nobles intenciones en mente.

Dudé, insegura de qué hacer. Normalmente, si un desconocido se me acercara y me pidiera que me casara con su hijo, intentaría alejarme lo más rápido posible. Pero había algo en Brad que me hacía querer confiar en él... algo en sus ojos que era realmente genuino y amable.

Y si lo que decía era verdad... si realmente podía ayudar a papá...

Bueno, en realidad no tenía otras opciones.

Asentí con cautela, haciéndole un gesto para que continuara.

—Gracias. —Brad tomó aire y puso cara de alivio—. Podemos ayudarnos mutuamente —sonrió, y sus ojos desaparecieron tras sus patas de gallo—. Si te casas con mi hijo, te juro que tu padre tendrá la mejor atención que el dinero pueda comprar. Y en cuanto a Xavier, de hecho, ya lo conoces.

Mis ojos se abrieron de par en par. —¿En serio?

—En el parque. —dijo Brad—. Te tropezaste con él y recogió el ramo de lirios que se te había caído.

¿Ese era Xavier? Mi mente no dejaba de dar vueltas. Por eso me resultaba familiar...

Xavier Knight.

Sabía de él, por supuesto. ¿Cómo no iba a saberlo? Era una celebridad. Asquerosamente rico y guapísimo. Había visto titulares y artículos sobre él durante los últimos meses.

Sexo.

Drogas.

Carreras.

Era salvaje.

Peligroso.

Un escalofrío me recorrió la espalda, pero no sabría decir si fue de miedo o de excitación.

—¿Pero por qué yo? —le pregunté—. Estoy segura de que podrías encontrar un millón de chicas más guapas y con más éxito que yo. Más adecuadas para tu hijo. —Todas se matarían por la oportunidad que Brad me estaba ofreciendo.

—Eres un alma pura, querida. Puede que no lo sepas, pero ya no quedan mujeres como tú. Quiero lo mejor para mi hijo, como cualquier padre. Creo que puedes ayudarle. Confío en mi instinto, y mi instinto ahora me dice que esto funcionará.

Parpadeé.

¿Un alma pura? ¿Qué significaba eso?

—Pero el matrimonio no es solo un trozo de papel —argumenté—. No puedes firmar un contrato y enamorarte.

—Eso es cierto, pero el amor es paciente.

—¿Cómo sabes que no me casaré con tu hijo y me divorciaré al día siguiente?. —Estaba haciendo de abogado del diablo, pero necesitaba respuestas a esta confusa hipótesis.

En lugar de levantarse, se acercó a mí y me cogió la mano. Su tacto era cálido y extrañamente reconfortante. —No creo que hicieras eso, Angela. Como he dicho, tu alma es pura. Pero si necesitas algún tipo de seguro, piensa en tu padre.

Me vino a la mente la cara de papá. No como era habitualmente, alegre y llena de vida, sino la de la última vez que lo vi en la cama del hospital. Parecía tan frágil, tan destrozado...

—Las facturas médicas no son ninguna broma. Tratamientos, rehabilitación, cuidados las 24 horas. Todo cuesta dinero, cariño. Si cumples tu parte del trato, te prometo, por mi vida, que yo también cumpliré la mía.

Mi mente iba a mil por hora. Tenía que haber una manera diferente de solucionar esto.

—Tal vez pueda conseguir un segundo trabajo. Hacer doble turno...

—Angela —me dijo, deteniéndome—. ¿Sabes cuánto cuesta pasar una noche en el hospital? Setecientos dólares cada noche. Un análisis de sangre rutinario cuesta doscientos cincuenta dólares. Si, Dios no lo quiera, tienen que usar el desfibrilador, son otros mil quinientos dólares.

Cerré los ojos.

—Por favor. Por favor, para. Dame un minuto para pensar. —Intenté organizar mis caóticospensamientos.

Mi padre.

El restaurante.

Mis hermanos.

Años de deuda.

¿Cómo iba a casarme con un hombre al que no amaba y mucho menos conocía?

—¿Por qué me ayudas? —pregunté.

—Cuando te acercaste a mí el otro día —empezó—, respondiste a una plegaria que había enviado al cielo. Me diste fuerzas cuando las necesitaba. Así que ahora estoy aquí para responder a tus plegarias. Estoy aquí para darte fuerza, y así es como puedo hacerlo.

Lo pensé, con la respiración entrecortada.

¿Estaba considerando esto seriamente?

—¿Angela? —Brad preguntó suavemente—. Realmente creo que esto funcionará, Angela. De verdad, de verdad lo creo.

Tampoco es que tuviera muchas más opciones.

Respiré hondo. Sentía que me aplastaría bajo el peso de las palabras que se formaban en mi boca.

—Sí —dije—. Lo haré.

Sentí que algo dentro de mi corazón se apretaba y moría.

—Me casaré con tu hijo.

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