La asistenta del multimillonario - Portada del libro

La asistenta del multimillonario

Sunflowerblerd

Capítulo 2: Los consejos amistosos te pondrán en situaciones incómodas

Octavia escuchó la música a todo volumen antes de llegar a la puerta de su apartamento.

Había tardado quince minutos a pie más veinte en tren en llegar a la estación más cercana a su casa, en la periferia semiderruida de la ciudad.

Su barrio era de los que están llenos de edificios viejos y alquileres baratos, pero era un lugar seguro. En su mayoría.

Octavia abrió la puerta del apartamento de 40 metros cuadrados y dos habitaciones, cerró la puerta detrás de ella y dio unos pasos a través de la pequeña sala de estar y el comedor contiguo antes de girar bruscamente a la izquierda hacia la cocina.

Allí estaba Sierra, su compañera de piso, de pie frente a los fogones con una sartén burbujeante. Sostenía una caja vacía de comida lista en cinco minutos en una mano y una cuchara de cocina en la otra.

Movía las caderas al ritmo de la música que sonaba en el salón, inundando toda la casa con pegadizos ritmos pop.

—Sierra —dijo Octavia.

Apenas podía oír su propia voz por encima del ruido. Sierra no podía; seguía balanceándose al ritmo de la música, cantando con la letra y bombeando su cuchara de cocina en el aire.

Su largo cabello castaño oscuro se balanceaba detrás de ella, siguiendo el movimiento de su cabeza.

Octavia suspiró y se quitó la mochila de los hombros, dejándola en el suelo.

—¡SIERRA! —gritó.

Sierra se dio la vuelta, miró sorprendida a Octavia y luego buscó su teléfono en el mostrador cercano y pulsó un botón. La música se detuvo.

—Joder, tía —dijo Sierra—, no sabía que estabas aquí.

—Naturalmente. Un ladrón podría haber entrado en el apartamento y tampoco lo sabrías. ¿Qué pasa con la música?

—Es ambicioso que intentes que todas las personas del edificio compartan tu mismo gusto músical , pero creo que la gente debe poder elegir lo que quiere oír y lo que no, y sobretodo cuando oírlo y cuando no.

Sierra parpadeó ante la respuesta de Octavia, y luego volvió su atención a su teléfono. —Lo que sea. Bien, la bajaré, ¿de acuerdo? Dios.

—Eres tan considerada —dijo Octavia con dulzura, y se volvió hacia la nevera que estaba a pocos metros de la estufa.

—¿No deberías estar todavía fuera o algo así? —dijo Sierra—. Normalmente no vuelves hasta la una de la madrugada o por ahí.

Octavia sacó una caja de pizza fría de la nevera. —He terminado antes.

—¿A qué hora te vas mañana? —preguntó Sierra, desplazando el dedo por la pantalla de su teléfono distraídamente.

—Probablemente no lo haga. He terminado mi proyecto —dijo Octavia.

Sierra levantó la vista y frunció el ceño. —¿Quieres decir que... vas a estar aquí todo el día?

—Sí —respondió Octavia, dando un mordisco a una de las frías rebanadas que tenía en la mano—. ¿Será un terrible inconveniente para ti? ¿Que yo esté en la casa por la que pago la mitad del alquiler?

Sierra suspiró exasperada y colocó su teléfono frente a su cara, posando para un selfie. —¿Pero tendrás que estar aquí todo el día?

—Tú estás aquí todo el día.

—Eso es diferente. Yo trabajo desde casa.

—Oh, es verdad. La tienda de suplementos nutricionales en línea —dijo Octavia.

Sierra negó con la cabeza. —No, eso fue hace años. Ahora vendo sales de baño.

—Suena lucrativo —dijo Octavia.

La cámara del teléfono de Sierra hizo clic, y su cara se relajó de la pose de ojos abiertos y labios fruncidos que había adoptado. —Mañana voy a probar mi nuevo producto, así que será mejor que no estés por el baño.

—Tranquila.No me gustaría afectar al control de calidad de sus procesos de fabricación —comentó secamente Octavia.

Sierra se tomó un segundo para lanzarle a Octavia una mirada desdeñosa. —Lo que tú digas. Pero no te metas en medio. Eres tan jodidamente rara.

Octavia pensó en devolverle el cumplido a Sierra, pero finalmente decidió no hacerlo. Tenía mejores cosas que hacer.

—Sierra, eres una inspiración —dijo con una sonrisa, cerrando la caja de pizza y yendo hacia la puerta de la cocina.

—Por supuesto que sí. Tengo dos mil seguidores —respondió Sierra, poniendo otra cara de puchero frente la pantalla de su teléfono.

Octavia reprimió su siguiente comentario y salió de la cocina, atravesó el pasillo y abrió la puerta de su habitación.

Apenas había un espacio vacío en el que poner un pie; toda la parafernalia de Octavia ensuciaba el espacio.

Los restos de ropa sucia cubrían el suelo y yacían sobre la puerta del armario y la cama. Los cómics estaban amontonados de forma desordenada en cualquier espacio disponible.

Una pistola Nerf estaba encajada entre dos almohadas en el suelo, un libro de texto estaba boca abajo encima de su cama, un peluche con forma de R2-D2 estaba sentado en el escritorio frente a la cama.

Aún así, una chica delgada y de largas extremidades había conseguido abrirse paso entre toda la basura de Octavia y se había encajado en la silla del escritorio.

Tenía abierto un ejemplar de uno de los cómics de Octavia y lo estaba hojeando perezosamente. Apenas levantó la vista cuando Octavia entró .

Gracie llevaba su larga melena negra como el betún sujeta bajo una gorra de béisbol, resaltando los altos pómulos de su pálido rostro de porcelana.

Llevaba una camiseta vieja y unos vaqueros desteñidos, combinados con sus características Doc Martens desgastadas.

Gracie se refugiaba a menudo en el apartamento de su amiga, para disgusto de Sierra.

En su propia casa, la esperaba una familia numerosa de tres hermanos, cuatro primos y varios tíos, todos decididos a apiñarse en la casa de cuatro habitaciones de sus padres.

En la tienda familiar estaba un poco mejor, pero siempre había alguno de sus hermanos, tíos o primos que la presionaban para que hiciera su parte del trabajo mientras ellos se sentaban en la parte de atrás a ver los partidos de fútbol en la televisión.

Así que Gracie pasaba mucho tiempo en casa de Octavia. Octavia y Sierra la encontraban a menudo tumbada en su sofá echando una siesta por la tarde o rebuscando en su nevera las sobras de la comida para llevar.

Sin embargo, no era tan gorrona como parece.

Un verano les reparó el aparato de aire acondicionado, lo que evitó que las dos chicas tuvieran que soportar el sofocante calor de la ciudad, ya que su casero nunca tenía tiempo para encargarse de las reparaciones del piso.

Y gracias a Gracie, el televisor de su salón recibía todos los canales de pago.

—¡Guau! —había exclamado Octavia cuando Gracie reveló su obra—. ¿Cuánto tenemos que pagarte?

—Nada —respondió Gracie.

Octavia la miró con desconfianza. —¿De verdad?

Gracie asintió. —De verdad.

—Pero... ¿cómo has podido conseguirlo?

—Mejor que no preguntes.

Octavia tuvo que conformarse con esa respuesta. No le importaba que Gracie viniera siempre que quisiera a descansar en el sofá, a leer sus cómics o a usar su PlayStation.

Sierra toleró la presencia de Gracie, consolándose con la idea de que si el Wi-Fi se caía, habría alguien allí para arreglarlo.

Al llegar a su casa esa noche, Octavia no mostró ninguna sorpresa al encontrar a Gracie en su habitación.

—¿Y bien? —preguntó Octavia, sacando su portátil del bolso y lanzando la bolsa por la habitación que cayó encima de una caja de cereales abierta.

Gracie dejó el cómic a un lado y giró la gorra de béisbol que llevaba en la cabeza hacia atrás. —He buscado lo que me has pedido. Puedo conseguirte el material adecuado. Aunque puede que no sea suficiente.

Octavia suspiró y se desplomó en la cama. —Tendrá que ser así.

—Puede que se produzcan múltiples caídas —dijo Gracie—, cada vez que intentes ejecutar un programa tan grande...

—Lo sé, lo sé —interrumpió Octavia—, pero tengo que probarlo de alguna manera. Conseguiré que funcione. Sólo me llevará... no sé... unos cuantos años.

Gracie negó con la cabeza. —Lástima que hayas dejado tu antiguo trabajo. Allí tendrías el material adecuado. Con sus ordenadores, podrías ejecutar tu programa en cuestión de segundos.

—Pero si no me hubiera ido, nunca habría podido crear el programa —respondió Octavia.

—Cierto —dijo Gracie.

Octavia se llevó las manos a la cabeza. —Y tengo que reconocer que me encanta mi vida ahora mismo. El desempleo es genial. No he tenido que ducharme en cinco días.

—Se nota —comentó Gracie.

—¿En serio? —Octavia olfateó una mancha en su sudadera—. Pensé que me había puesto suficiente desodorante... —murmuró.

Gracie negó con la cabeza. —No, hueles bien. Al menos, desde aquí. Pero has estado usando esa sudadera con capucha durante los últimos… ¿qué? ¿20 días??.

Octavia suspiró. —Lo sé. Todavía tengo que lavar algo de ropa. Maldita sea, me he quedado sin monedas. ¿Por qué no hay un cajero automático de monedas? Las monedas son valiosas. ¿Quién necesita billetes de cien dólares?

Gracie rebuscó en el bolsillo de sus vaqueros. —Creo que tengo algo… —Oh, no, tranquila. Debo tener algo también. Déjame coger mi bolso.

—¿Cuánto tiempo falta para que te quedes sin ahorros? —preguntó Gracie.

—Todavía tengo tiempo —dijo Octavia, sacando su bolso de debajo de una zapatilla con forma de pata de dinosaurio que había en el suelo.

—Lo he calculado, y podría aguantar otro mes más o menos. Si para entonces no he resuelto qué hacer... estaré en problemas.

—No es mucho tiempo —comentó Gracie, inclinándose y dejando caer un puñado de monedas en la palma abierta de Octavia.

—Lo sé. Pero mi programa ya está hecho, sólo tengo que probarlo. Y luego puedo venderlo. O de alguna manera conseguir algo de capital y empezar como una empresa o algo así.

—Suena bastante simple.

—Intento no complicar las cosas.

—Aunque las pruebas podrían llevar un tiempo.

—Lo sé.

—Si te quedas sin ahorros antes de terminar las pruebas, todo se irá a la mierda.

—No lo haré.

—Tal vez deberías buscar otro trabajo.

Octavia levantó la vista con una mueca.

Gracie se encogió de hombros. —Un pequeño ingreso no te haría daño. Ni siquiera tiene que ser a jornada completa. Puedes trabajar durante unos meses, ahorrar un poco más, y probar tu programa a la vez.

Octavia se mordió el labio inferior pensando. —Si llegara el caso, claro, lo haría. Pero por ahora estoy bien.

Gracie asintió y se puso de pie. —Sólo recuerda. Si te quedas sin dinero y necesitas ayuda...

—¿Siempre puedo contar con el tuyo? —sugirió Octavia como final a la frase de Gracie.

—Diablos, no —dijo Gracie, dirigiéndose a la puerta—. No me pidas una mierda, esta es tú movida.

Octavia le sonrió antes de irse. —Qué dulce eres.

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